jueves, 8 de marzo de 2007

CARAVASAR No. 19


ÍNDICE

Creación literaria
Algo muy grave va a suceder en este pueblo. Gabriel García Márquez.
Libro recomendado
El último encuentro, La herencia de Eszter, La amante de Bolzano. Armando José Sequera.
Artículos
Tijuana. Sándor Marai.
Quién es Sándor Marai. alohacriticon.com
Stefan Zweig, la conciencia de un escritor burgués. Lisandro Otero.
Libros para leer en el baño. Borja Cobeaga.
Las bibliotecas tienen colas de un año para leer La catedral del mar. Gemma Tramullas – Anna Laceras.
Noticias
El hijo del telegrafista de Aracataca celebra su 80 cumpleaños.
Gabo dice ser fan de Shakira y el vallenato.
Fallece el escritor y académico francés Henri Troyat, Premio Goncourt 1938.
La ex secretaria de Hemingway revela que el escritor esperaba regresar a Cuba.

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ALGO MUY GRAVE
VA A SUCEDER
EN ESTE PUEBLO

Gabriel García Márquez



Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, “Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba”.

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar y, en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
—Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
—Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
—Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
—¿Y por qué es un tonto?
—Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre:
—No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
—Véndame una libra de carne —y en el momento en que se la están cortando, agrega—: mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y, cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
—Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
—Tengo varios hijos, mire, mejor déme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
—¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
—¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
—Sin embargo —dice uno—, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
—Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
—Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
—Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
—Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
—Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
—Yo sí soy muy macho —grita uno—. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
—Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
—Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa —y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra y, en medio de ellos, va la señora que tuvo el presagio, clamando:
—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.
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Tomado del sitio Ciudad Seva, del escritor puertorriqueño Luis López Nieves.Este cuento se convirtió en guión de cine, elaborado por el mismo García Márquez y el cineasta mexicano Luis Alcoriza, quien lo dirigió en 1974 con el título Presagio.
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Libro recomendado

Sándor Marai
El último encuentro. Ediciones Salamandra, Barcelona, 2006. (28a. edición).
La herencia de Eszter. Ediciones Salamandra, Barcelona, 2001. (4a. edición).
La amante de Bolzano. Ediciones Salamandra, Barcelona, 2003. (1ª. edición).

Armando José Sequera

Sándor Marai (pseudónimo de Sándor Grosschmid) es un escritor húngaro que, en los últimos años, se ha dado a conocer en los países de lengua española.
Pero este conocimiento ha llegado un poco tarde, pues Marai falleció hace dieciocho años. Cuando supo que padecía una enfermedad que lo obligaría a depender de otras personas, hizo como Hemingway: decidió quitarse la vida de un disparo. No en la boca, como el autor de El viejo y el mar, sino en la parte superior de la cabeza.
El suicidio de Marai ocurrió en 1989, cuando el escritor contaba 89 años, en Estados Unidos, su país de residencia desde 1948, cuando abandonó su natal Hungría. La difusión de la obra de Marai había sido prohibida allí, por diferencias ideológicas con el Partido Comunista que se hallaba en el gobierno.
Hace algunos años, alguien de la editorial italiana Adelphi se topó con unos libros de Marai y, de inmediato, los propuso para su traducción y publicación.
Gracias a eso, el nombre de este destacado y e injustamente olvidado autor sonó de nuevo y su obra empezó a traducirse a diversos idiomas, entre ellos el nuestro. En España ha sido publicado por Editorial Salamandra, de Barcelona.
Hasta el momento han aparecido cinco novelas y dos libros de memorias de Marai y la admiración por este semidesconocido autor no ha dejado de aumentar con cada una de ellos.
La novela más importante, según los críticos, es El último encuentro (publicada originalmente como A la luz de los candelabros), en la que dos viejos amigos que tienen 41 años sin verse, se reencuentran en la ancianidad para saldar el episodio que los separó.
Este esquema del encuentro luego de muchos años de separación está presente en al menos las otras dos obras que he leído de Marai: La amante de Bolzano y La herencia de Eszter.
En La amante, el protagonista es el célebre aventurero y escritor Giácomo Casanova quien, después de escapar de la cárcel de Venecia, alcanza la población de Bolzano, donde vive un viejo rival y la esposa de éste, la única mujer que de verdad –y valga la redundancia–, ha amado el gran amante. El momento culminante del libro se produce cuando entre ambos –Casanova y la mujer–, ocurre el asombroso encuentro que es decisivo en sus vidas.
En La herencia, una solterona llamada Eszter se reencuentra con Lajos, quien muchos años antes había sido su prometido y, a última hora, la traicionó y se casó con su hermana. Esta hermana de Eszter falleció y, tras veinte años de ausencia, Lajos reaparece para despojar a Eszter de la casa donde vive. De nuevo, el reencuentro entre ambos es crucial en sus vidas.
Las tres novelas que he leído de Marai se centran en esos ajustes de cuentas entre el pasado y el presente, para dilucidar un futuro menguado, dado que los tres protagonistas están en la última etapa de sus respectivas vidas. El coronel (de El último encuentro), Casanova y Eszter han esperado esos encuentros durante años, a sabiendas de que, sin ellos, no pueden morir ni vivir sus últimos años en paz.
Pero Marai es mucho más que un novelista de reencuentros, es un dibujante que usa palabras para narrar no sólo lo que ocurre en tales momentos, sino cuando piensan sus personajes, no a la manera absoluta de Dostoievski, sino como un traductor simultáneo que reduce a frases concisas cuanto escucha.
La lectura de estas tres novelas la debo al amigo Pedro Pérez, de la caraqueña Librería Macondo, quien me dio a conocer a este notable escritor húngaro que hoy celebro.
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TIJUANA

Sándor Marai

El escritor húngaro Sándor Márai se suicidó en el exilio en 1989, pocos meses antes de que las fronteras de Hungría se abrieran. Tras la caída de la Cortina de Hierro, su obra, vetada en su país desde 1948, se equiparó con la de los grandes escritores en lengua alemana. Uno de sus pocos pasatiempos, desde el precario refugio de San Diego, California, donde pasó los últimos viente años, fue viajar a México. Herido de muerte por la historia del siglo XX, Márai hace en este documento, que por primera vez se publica en español, un recuento de la afinidad que sintió por esa cicatriz abierta que es la frontera.



A un lado de la caseta de la frontera está la aduana de portal abovedado y un letrero tímido, inofensivo, que informa con letras mayúsculas: MÉXICO. Esta puerta es el acceso a una tierra extranjera. Los vigilantes de la frontera de México son invisibles, la inscripción y la puerta, provincianas: una pequeña puerta a un inmenso imperio.
En la calle que lleva a la cercana ciudad fronteriza de Tijuana caminan los mexicanos con sus enormes sombreros. Por todas partes se ven grupos de peatones. Esta imagen es desconocida en el espacio norteamericano, el peatón es allí, incluso, sospechoso. Por las calles de Tijuana, en medio del desorden ruidoso, polvoriento, trepidante, en el calor pegajoso que huele a alcantarilla, siento que estar aquí es un instante especial de mi vida: se ha cumplido algo en lo que había pensado con frecuencia. No puedo decir por qué, pero siempre había querido venir alguna vez a México —como si aquí hubiera algo muy personal para mí—. En la vida de cada hombre hay anhelos, invocaciones y estímulos así de nebulosos.
Todo lo diferente que me rodea es para asirse y olerse. Unos pasos más adelante, más allá de la puerta de entrada, que trae hasta acá desde Estados Unidos, está el exterior de las casas, están los alimentos y la expresión facial del los hombres “americanos”. Aquí, unos pasos más adelante, todo es por completo diferente —no es “americano”, sino mexicano—. En esta ciudad fronteriza se mezcla permanentemente la vida de los dos países: a diario decenas de miles de mexicanos atraviesan la frontera para trabajar en las granjas y fábricas de Estados Unidos. En un lugar que desde 1821, cuando México se sacudió el dominio español, hasta 1843, cuando la bandera de las estrellas fue izada por primera vez en Monterrey, California, en ese entonces un espacio casi vacío, fue territorio mexicano.
En los últimos cien años esta tierra tan antigua, México, siguió con su vida, que tuvo su origen en los aztecas y los toltecas, y tomó su color de los españoles. Pues bien, al mismo tiempo el país vecino construyó una civilización. ¿Qué pasó en esos cien años donde yo estoy ahora, en México? Hay electricidad, trolebuses, muchos automóviles —y, sin embargo, todo es tan “diferente”, como si en el país vecino, más allá del umbral, no hubieran pasado cien años, como si unos cuantos pasos más allá no se hubiera construido una de las sociedades industriales más desarrolladas de la humanidad—. Este ser diferente es misterioso e inquietante. Aquí algo se detuvo. Una especie de poder lleno de secretos —¿quizá una forma de defensa?— mantuvo a los mexicanos a distancia de ese desarrollo que ocurría tan cerca de ellos.
La imagen de la calle es por completo del sur de Italia, recuerda a Pozzuoli, la sucia y pequeña ciudad cercana a Nápoles, y también a la ciudad de Calabria, pero es todavía más descuidada, ruidosa y abigarrada. En cada casa de la calle principal hay oficinas de abogados, localidades desde las que hombres de mirada sombría y cabello grasiento le venden la ley al pobre pueblo que no sabe escribir. La mitad de los habitantes son analfabetos, de acuerdo con datos oficiales. Treinta millones de hombres hablan español, algunos cientos de miles chapurrean aún dialectos indígenas.
Los hombres llevan sombreros de ala ancha. Su cabello lanudo, negro, grasiento, brota por debajo del sombrero. Numerosos son los rostros de ojos rasgados, rostros indígenas, mongólicos, huesudos. Las mujeres son mustias, macilentas, consumidas por los partos como las mujeres del sur de Italia. Las más viejas llevan un paño negro con el que se cubren la cabeza. Los niños corren descalzos por todos lados y hormiguean alrededor como niguas. El sol calienta fuerte, en el aire están suspendidos el polvo y la pestilencia. La mayoría de las casas son recién construidas, con mezquindad, en el estilo moderno, barato, que se deteriora rápido. Las tiendas están llenas de confecciones estadounidenses, pero también hay interesantes escaparates con vasijas mexicanas de cerámica cocida, con objetos de plata y colorida paja trenzada. Los hombres miran soñadores y agotados hacia delante —las mujeres, por el contrario, atentas, agresivas, preparadas para cualquier posibilidad.
Tengo algo en común con México. Ahora lo experimento con fuerza. En las décadas pasadas, he pensado algunas veces en México con cierta nostalgia. Quetzalcóatl, el Señor de la Creación, y Huitzilopochtli, el Dios de la Guerra, son viejos conocidos míos, conservo copia de sus figuras. Aquí hay algo marchito, algo mortecino, sofocante, pegajoso, que humedece. Aquí la vida es barata, no sólo “barata” en términos de pesos... De cuando en cuando veinte mil hombres estaban de pie, obedientes ante la serpiente del altar de los sacrificios y esperaban allí a que el sacerdote azteca, con su cuchillo de piedra, le sacara el corazón del pecho a miles y miles de víctimas —siempre sangre, lujuriosa sangre—. ¿Qué me importa a mí todo eso? No lo sé, pero ahora siento con fuerza esta cercanía.
El olor en un autobús, olor a carne, olor a grasa, olor a aceite, el olor animal y cálido de los cuerpos humanos. Todos los lugares están ocupados. De la puerta de entrada cuelgan los hombres en racimos. Me siento junto a una muchacha joven de rostro hermoso, que lee un libro escolar en inglés y viene de San Isidro, donde acude a la escuela estadounidense. Está bien vestida y es pulcra y tiene ojos negros. Le dirijo la palabra pero me mira asustada y no me contesta. Con seguridad es una grave insolencia dirigirle la palabra a una muchacha. Este intento despierta la atención de muchos, en especial de las mujeres. Nos sentamos incómodos en la peste de un establo, nadie habla, ni siquiera los niños. Conozco este sosiego del sur, esta indolencia ferozmente narcotizada y a la vez cargada de una tensión eléctrica. De la misma manera, acecha la serpiente entre las rocas, preparada a cada instante para dar el salto mortal. Mi vecino del lado derecho, un hombre joven, me habla de repente con una risa maliciosa y saca del bolsillo de su pantalón unas monedas doradas, las presiona contra mi mano y me invita a comprarlas. Cuando se las regreso sin decir palabra ríe con ironía y mira fijo hacia delante. Allá, del otro lado de la barrera, sería impensable una escena así.
El paisaje es desierto y ondulante. Una calle lleva, por treinta kilómetros, al balneario de Rosarito. El vehículo avanza a tumbos entre las rocas. Piedras muertas de todo tipo, montañas calizas de color óxido. En Rosarito el hotel es un grupo de edificios encalados que recuerda a una mezquita árabe, en medio de un jardín tropical con palmas y cactos. A la puerta hay vigilantes armados, soldados. Gritan con vehemencia, corriendo por allí. En una tienda cercana, parecida a una droguería, explican los propietarios —un obeso matrimonio mexicano— sin aliento, que la noche anterior llegaron a Rosarito militares armados a bordo de vehículos especiales, procedentes de la ciudad de México. Asaltaron el hotel y lo rodearon, y pusieron contra el muro a todos los que se hallaban en la sala de juego. A los jugadores y los huéspedes, a los turistas estadounidenses de Hollywood, les quitaron su dinero y sus cheques —unos 40 mil dólares— y emprendieron una ocupación militar en toda forma: ahora los huéspedes duermen sobre las mesas de bacará y esperan al agente del ministerio público de Tijuana, que deberá decidir sobre el destino de los detenidos, porque “el juego de azar está prohibido”. Esa noticia me divierte. Si hubiera llegado la noche anterior, como lo tenía planeado, también me hubieran encerrado a mí, como a las demás personas, incluyendo a los espectadores.
Encuentro alojamiento en un motel cercano. Las construcciones en la costa están por completo despobladas. Un empleado y un perro me acompañan al cuarto, que tiene suelo de piedra y se calienta con gas natural. Desde el océano silba un viento frío. Por la tarde, de regreso a Tijuana. Los periódicos locales en español e inglés hacen del enfrentamiento en Rosarito todo un acontecimiento. Uno de los diarios locales muestra en la primera plana a los turistas víctimas de los hechos roncando sobre las mesas de bacará. Hojeo un folleto —lo conseguí en Los Ángeles—. En él los propietarios del hotel en Rosarito, ahora detenidos, les prometen a los turistas en la primera plana: Rosarito Beach! Where modern conveniences and Mexican old world charm are happily blended. Los americanos que esperan allí seguro tendrán otra opinión sobre el “old world charm”. Aquí, donde en la cercana ciudad de Las Vegas hay toda una industria oficial del juego, les será difícil entender el valor de húsares que tienen los mexicanos.
La ciudad no es grande, pero tan hacinada como los barrios pobres de una gran ciudad. En las horas vespertinas puede verse todo en la calle. La escena se desarrolla como la copia de una imagen urbana de Nápoles o Sicilia: arneses para mulas, figuras de la Virgen María y lámparas votivas en los aparadores. En un mercado se apilan montones de frutas tropicales y verduras que huelen a la selva, flores de olor penetrante, narcótico, en una enloquecida mezcla. Una iglesia barroca, amplia y rematada con una cúpula, cuyos muros están pintados de blanco níveo y azul claro, está bien barrida, lavada y limpia. En los nichos se mezclan santos lastimeros. Los creyentes no andan caminando por aquí, más bien se deslizan de rodillas sobre el suelo de piedra.
Miradas peculiares: una anciana indígena con un paño negro me mira con ojos ardientes, salvajes y lúgubres, mientras permanezco de pie ante un altar cercano. También en otras partes, afuera, en la calle y en las tiendas, la mirada de las mujeres es brutal e incitante. No sólo las jóvenes tienen una mirada que desgarra, animal e inconfundible, también las mujeres viejas miran así bajo el paño que les cubre la cabeza y se enredan en el pecho, con la permanente disposición de la criatura para aprovechar cada posibilidad y asir cada pedazo... Pero el afán de lucro —la codicia— no habla por esta tosca mirada. Cuando las viejas culturas miran de manera tan incitante y observadora a los hombres no aguardan con impaciencia la ganancia, sino el azar.
En las callejuelas vespertinas el ruido es del sur, latino, un ruido de vocerío. Al mismo tiempo hay en el gentío, en la mirada de los hombres, en el colorido desorden, algo de desesperanza y de olvido de uno mismo. La gente es cortés y ríe siempre, pero las miradas súbitamente se vuelven oscuras y enfadadas, sólo sonríen los labios, los ojos bestiales, serios, brillantes, jamás. Sin embargo, detrás de la aglomeración ruidosa y por completo sucia hay cierto señorío latino, pagano y ese curioso “olor a muerte” del que habla Lawrence, domina todo.
Por aquí no se ven sacerdotes, ni siquiera una vez en la calle. Este pueblo profundamente católico y supersticioso es muy anticlerical, como el sur de Italia. En la casa de huéspedes cinco cantantes vestidos de toreros tocan con un instrumento de cuerdas una pieza musical, la Danza de los viejitos, de cansina melodía. Los elementos básicos de una merienda mexicana son difíciles de distinguir porque los ardientes chiles que se muerden dominan todo: pescado, carne, legumbres, todo arde en la boca como si se deglutiera fuego. El vino es una especie de Riesling, maduro y ligero, de sabor puro.
Hacia la medianoche en las calles de Tijuana las prostitutas llevan a cabo una verdadera inspección de la zona. Con dificultades puede uno quitarse de encima a los taxistas, sin embargo es conveniente esperar el autobús de medianoche porque no es seguro viajar en taxi por las calles de profunda oscuridad, que no alumbra una sola vez el claro de luna. A medianoche llega el vehículo mugriento, sin luces. Figuras que recuerdan a una gavilla de bribones duermen sobre los asientos. El recorrido de media hora avanza por un paisaje de montañas oscuro y vacío. Rosarito está oscuro como una boca de lobo pero encuentro alojamiento en dirección del ladrido de los perros. La habitación es gélida. En una esquina, sobre el piso de tierra, hay un horno de gas natural. Hace todo menos calentar.
Por la mañana me despierta el brillo del sol que resplandece con toda franqueza. Olvidé bajar la cortina de la ventana y el sol se lanza desde el océano como un latigazo. Directo frente a la puerta ruge la marea matutina del Océano Pacífico y el golpe de las olas esparce espuma en el umbral. La luz es tan salvaje que debo regresar a la sombra —me quema los ojos.
La costa está desierta. Sólo hay algunas palmeras y casas de barro. El sol quema ya desde temprano pero el viento y el aliento del océano hormiguean fríos como una ducha helada sobre un traje de baño muy caliente. En el comedor vacío del hotel me anima amistoso a comer y beber un cocinero chino, viejo y gruñón, que se contonea como pato.
Me dice que sus guisos son limpios y no debe temerse la “Venganza de Moctezuma”, la infección intestinal que ataca a los extranjeros. Es un hombre experimentado que sabe por qué temen los turistas los productos del campo mexicano, abonados con excrementos humanos. El cocinero sonríe con burla, cuando lo tranquilizo diciéndole que no dudo de la limpieza de su cocina, pero que las moscas de América Central aún no conocen las medidas higiénicas y ensucian todo con sus contagiosos excrementos, no sólo los granos y las frutas, sino hasta los cubos de hielo. Alza los hombros, como si quisiera evitar con tenacidad cualquier disputa con los prejuicios humanos. Y me ofrece un maravilloso desayuno; el peligro de sus componentes no puede ser exageradamente grande.
Puede que tenga razón si se ríe de manera tan burlona. Pero también puede ser que la razón la tengan las autoridades estadounidenses, cuando en un pizarrón, advierten a los turistas, en la frontera con México, que está prohibido llevar frutas y verduras mexicanas a territorio estadounidense. El organismo humano desarrolla anticuerpos contra cada peligro de contagio, se dice desde hace tiempo. Pero no sólo las frutas y verduras crudas ofrecen una fuente de contagio, también las ideas, las nociones fijas, las visiones del mundo enfermas y maniacas. Es mucho más difícil desarrollar los antídotos apropiados para ello.
El perro del hotel espera ante la puerta y se me pega. Todo el largo mediodía, y también después del mediodía, me acompaña por la costa. Es un animal pequeño y sarnoso, alegre y despabilado, con ojos inteligentes. Este perro es el único ser vivo que conozco en México, y un buen camarada. Nadie nos acompaña en la costa del océano. Frente al hotel todavía están en disposición cómica y feroz los soldados mexicanos armados, y vigilan a los presos de la mesa de bacará.
Con el perro paseo lejos a lo largo de la costa, en dirección a Ensenada, una localidad cercana más grande. Hacia mediodía, la marea decrece. Permanezco horas sentado a la sombra de un cerro de arena en la playa vacía; el golpe de las olas arroja siempre a la orilla nuevas conchas y caparazones, arañas de mar muertas, extraños crustáceos. Divertido, el perro juega con las conchas de los caracoles y los caparazones de los cangrejos. Luego se sienta junto a mí y observa largamente y sin moverse el Océano Pacífico, ese constante movimiento, ese poder feroz, terco, incesante, que nadie desafía, y siempre es blando, pero más sólido que cualquier material firme.
Con la bajamar vienen pequeñas aves acuáticas, picotean y buscan en la empapada arena de la costa. En el trasfondo pueden verse las montañas desnudas de Karst. El sol brilla, pero el calor no quema, más bien calienta como una ligera cobija de franela. No está mal aquí, en México. Después de los años en Estados Unidos, experimento hace veinticuatro horas que no vivo entre proletarios, y que ese proletariado estadounidense con su nivel de vida tan alto es un signo curiosamente inquietante. Los proletarios y los pioneros de espíritu aventurero se apropiaron de América, aquí el proletario fue desde hace siglos un pobre ser que lucha, que bajo difíciles condiciones de vida alumbró un continente. La civilización engendrada a la velocidad del relámpago por la Revolución Industrial transformó todo de repente: en lugar del pionero proletario, en Estados Unidos hizo su entrada el proletario nuevo rico que se sienta en un gran automóvil, cuya casa llenaron grandes organizaciones con frigoríficos y televisores comprados a crédito, que jactancioso y atormentado a la vez, empezó a llevar su vida a crédito. Aquí, en México, hay mendigos, pero no hay proletarios. La posesión como hecho marca la diferencia social entre el dueño y el peón —y esta diferencia es grande— pero la línea divisoria entre los humanos ha cicatrizado. Lo siento por primera vez en años.
Hacia la noche voy por la zona urbanizada, siempre en compañía del perro. El animal se ha aferrado a mí a toda conciencia como un Cicerón que siempre quiere mostrar algo, y me acompaña por todos lados. Fuera de una escuela, cuyas ventanas están rotas, brincan muchachas y muchachos como pulgas del desierto que saltan en la arena. ¿Qué clases se ofrecen en esta escuela? La mayoría de la población de los países más grandes es ignorante. Es el segundo rostro de la gran pregunta de la actualidad. En el mundo masificado, ¿es posible educar con métodos diferentes a los que emplea la democracia? ¿Es posible seguir siendo un hombre íntegro en lo profundo de la mendicidad arrogante e individual?
Un hombre viejo de sombrero me conduce al final del pueblo, donde la oficina de correos trabaja dentro de una chabola. Es una especie de correo privado, como con frecuencia se les encuentra en el sur de Italia. La mujer gorda y el hombre de piel obscura, que despachan detrás de su mesa, son muy corteses, pero no tienen la menor idea de qué estampilla se necesita para enviar una tarjeta postal por correo aéreo a Europa. Al fin pegamos algunos timbres con buen pegamento. En esos instantes se siente de veras qué lejos queda Europa de aquí.
Regreso a Tijuana. A la luz del día, en la desnudez de la rutina cotidiana esta ciudad fronteriza electrificada, cocacolizada, ungida con las convencionales fachadas estadounidenses, muestra sin velo lo que las luces de la noche habían pincelado de manera incitante: a saber, qué poco ha cambiado en su esencia la vida en el transcurso del siglo pasado. El peón, cualquier hombre de aquí, vive siempre en lo profundo del debilitamiento provocado por la impotencia y la desesperanza que evocan la espesa sangre de las viejas razas, y la mezcla del clima y la enfermedad española llamada “mañana”, a la que es tan difícil escapar. El sentido de la palabra española “mañana” es una enfermedad indígena y española, una especie de helada morfina... Este gesto de incapacidad e impotencia, con el que suelen responder en instantes decisivos, en vez de hacerlo con un hecho, es peligroso.
En el siglo pasado ocurrieron muchas cosas aquí en México, una especie de Revolución liberó la tierra de una constitución feudal, pero no de la vieja sensación de la vida. Para esta gente el ahora no es una realidad, siguen confiando en la política, la educación y las empresas creativas del día de mañana. El peón, el siervo endeudado de nacimiento, accedió a la tierra gracias a la Reforma Agraria, pero no la puede administrar de manera moderna. Según confesiones del propio gobierno, la Reforma Agraria en México fue un fracaso económico. Aunque está ocurriendo aquí, sin el poder técnico y de organización de Occidente, es muy difícil transformar a corto plazo la vida en localidades tan atrasadas.
Entre las luces brillantes el regreso a Estados Unidos transcurre por campos ordenados con cuidado. Quiero ir otra vez a México, a lo alto de las montañas, al verdadero México. Sin embargo, ahora me alegro de estar de nuevo aquí, en un autobús limpio, con aire acondicionado, entre tranquilos compañeros de viaje, entre casas bonitas, con restaurantes en las calles donde hay agua para beber y fruta qué comer. Me alegra experimentar lo protectora y cuidadosa que puede ser una civilización. Es una buena sensación regresar del México hermoso, salvaje, arrogante y lleno de peligros, a Estados Unidos, donde un conjunto de hombres fuertes, a lo largo del siglo pasado, entre circunstancias difíciles, alcanzaron el nivel de vida que los nativos de México no lograron realizar en el último siglo.

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Traducción de Rafael Muñoz Saldaña.
Tomado de Der Wind kommt vom Westen. Amerikanische Reisebilder, Piper Verlag, München, 2002. Reproducido de Confabulario, revista cultural del diario mexicano El Universal, de fecha 13/12/2004. Obviamente, se trata de un texto anterior a 1989, cuando Marai se suicidó.
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QUIÉN FUE SÁNDOR MARAI



Sandor Marai (de nombre auténtico Sándor Grosschmid) nació el 11 de abril de 1900, en Kassa, localidad ubicada en la época del nacimiento de Marai dentro del imperio austro-húngaro. Actualmente, tal población corresponde a Kosice, ciudad situada en Eslovaquia. Su padre, de ascendencia alemana, era el juez y político Géza Grosschmid.
Desde 1918 Sándor Marai, que estudió humanidades y literatura en la Universidad Peter Pasmany, trabajó como editor y crítico literario en la ciudad de Budapest, escribiendo en el Budapest Napló. Un año después, viajó a Alemania, país en el cual cursó durante un tiempo estudios de periodismo y ejerció el papel de redactor en varias publicaciones.
En la década de los años 20, Marai, disconforme con el gobierno del simpatizante fascista Miklos Horthy, vivió principalmente entre Alemania y Francia, país en el cual residiría junto a su esposa Lola Matzner, con quien el escritor húngaro se casó en 1923.
A comienzos de los años 30, Sándor retornó a Budapest y, en plena Segunda Guerra Mundial, volvería a cargar contra los fascistas y los nazis. En este período publicó su admirado libro Confesiones de un burgués (1934).
Cuando en 1948 el ejército soviético invadió Hungría, Sándor, también contrario a los regímenes comunistas, dejó su país para exiliarse primero en Suiza, después en Italia y, posteriormente, en Nueva Cork, Estados Unidos, nacionalizándose estadounidense en 1952.
Tras la marcha de su país, su obra –tanto novelas, obras de teatro como poema–, fue prohibida en Hungría, hecho que provocó que su narrativa fuese desconocida internacionalmente hasta la caída del comunismo en los países de la Europa del Este.
Desde ese año y hasta 1967, Marai colaboró en la Radio Free Europe. En 1978, tras vivir un tiempo en la ciudad italiana de Salerno, se instaló definitivamente en la localidad californiana de San Diego.
Algunas de sus novelas más importantes, escritas principalmente entre 1928 y 1948, son Música en Florencia, A la luz de los candelabros (hoy editada como El último encuentro), La herencia de Eszter, Divorcio en Buda y La amante de Bolzano, esta última con el protagonismo del aventurero veneciano Giácomo Casanova.
Su último trabajo publicado, también escrito en los años 40, es La mujer justa, libro que a través de tres puntos de vista cuenta la historia de un pasional triángulo amoroso.
Sándor Marai se suicidó en San Diego el 21 de febrero de 1989. Tenía 88 años.

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Información tomada de
http://www.alohacriticon.com/
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A 65 años de su muerte
STEFAN ZWEIG,
LA CONCIENCIA DE UN ESCRITOR

Lisandro Otero


A finales del siglo XIX un pequeño paraíso surgió en el centro de Europa. Viena era una ciudad resplandeciente y alegre. En sus innumerables cafés se leían diariamente los periódicos y se discutía de lo humano y lo divino mientras se bebía buen vino y cerveza fresca.
La música, el baile, el teatro y la conversación inteligente adquirieron categoría de artes especiales. Según el escritor Stefan Zweig, todo parecía establecido sólidamente en la dorada edad de la seguridad. Mahler, Brahms, Chopin y Lizst eran personalidades respetadas. En el Prater los conciertos de las bandas militares competían por la precisión rítmica.
Todo adquiría un aura de luz, color y armonía auditiva. La ciudad entera parecía danzar un interminable vals de Strauss.
La monarquía de los Habsburgo, bajo el reinado de Francisco José, era el edén de la burguesía. Los artesanos, tenderos y comerciantes se organizaron en torno a partidos pangermánicos y cristianos. La clase obrera, cercana al marxismo, fundó la socialdemocracia. El imperio austrohúngaro se conmovía con los nacionalismos de húngaros, bohemios y polacos que buscaban su autonomía.
El florín fue reemplazado por una moneda más estable, la corona. El sufragio universal fue introducido en las elecciones parlamentarias. La producción agraria aumentó. Fue en ese ambiente que se formó y maduró Stefan Zweig.
Sus novelas y cuentos alcanzaron una temprana popularidad pero fueron sus biografías las que lo hicieron famoso y reconocido. Sus semblanzas de María Estuardo y de María Antonieta alcanzaron altas cifras de ventas. Hijo de un riquísimo industrial textilero judío y de una heredera de una familia de banqueros italianos se crió con una cuchara de plata en la boca.
Zweig ha dicho que aquel siglo en que se educó no era de pasiones sino un mundo ordenado y sin prisa donde se vivía más sosegadamente. Sus padres y sus tíos caminaban despacio y hablaban con mesura.
Pero toda bienaventuranza conoce su fin. En la vecina Alemania, un psicópata demagogo aprovechó la frustración popular tras el humillante Tratado de Versalles y fundó un llamado Partido Nacional Socialista que, en su plataforma ideológica, alardeaba de la superioridad de la raza germánica. Los judíos eran entes inferiores que debían desaparecer.
Zweig era judío y por tanto no tenía ningún espacio en la nueva Alemania. Había colaborado con el eminente Richard Strauss en los libretos de alguna de sus óperas. En un estreno, las autoridades pidieron que su nombre fuese omitido de las carteleras, ya que Hitler había prometido asistir. Strauss se negó a acceder a la omisión y Hitler no concurrió. La ópera fue prohibida tras sólo tres funciones. En 1934, Zweig se marchó de Austria.
Vivió en Londres durante algunos años y en 1940 se marchó a Estados Unidos. Estaba desesperado por el ascenso del nazifascismo. No podía tolerar un intelectual que se había criado en medio de la bienandanza y el refinamiento cultural más depurado, ver como eran despedazados los valores que le habían sido indispensables en su vida.
El 22 de febrero de 1942 escribió: “Creo que es mejor concluir a buen tiempo, y de pie, con una vida en la cual la tarea intelectual significó para mí el placer más puro y la libertad personal fue mi más alto atributo”. Ingirió una fuerte dosis de veronal, junto a su esposa Lotte, y fallecieron. Su suicidio causó consternación en un mundo que gemía bajo el despótico totalitarismo.
Las obras de Thomas Mann, Einstein, Heine, Marx, Brecht, Feuchtwanger y Remarque, entre otros muchos, fueron prohibidas. Joseph Goebbels declaró: “El futuro ciudadano alemán no será un hombre de libros sino un hombre de carácter”. La purga de bibliotecas y las piras de libros se expandieron por toda Alemania.
En septiembre de 1933, Adolf Hitler pronunció su discurso sobre el arte alemán, en el cual hablaba de la necesidad de liberarse de las degeneraciones que el contacto con otras culturas había impuesto al arte germánico.
El destino del arte de avanzada, de la literatura liberal, de la libre emisión del pensamiento, se vio torvamente amenazado. El triunfo del fascismo implicó el auge de la censura, de la diatriba de Estado, de las expresiones mediocres de un arte politizado.
Aquel orbe demoníaco fue el motivo del escape de Zweig. La II Guerra Mundial estalló por el apetito imperial del nacionalsocialismo, apoyado con un fuerte sistema ideológico. Hitler prometió un nuevo orden social que duraría mil años, un Reich inextinguible que comprendería todos los territorios afines.
Pretendió la identificación entre el partido nazi y la nación. El encabezaría la unidad entre un pueblo, un estado y un líder. Hitler incurrió en la falacia de la superioridad racial de la raza aria y fomentó la creencia en una supuesta conspiración internacional entre judíos y bolcheviques que no tenía sustentación posible. Stefan Zweig no pudo soportar ese andamiaje conceptual y la desaparición de su dorada Viena.
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Lisandro Otero. Novelista, diplomático y periodista. Ha publicado novelas y ensayos, traducidos a catorce idiomas. Miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Miembro de número de la Academia Cubana y, actualmente, su presidente. Realizó estudios de literatura en la Universidad de La Sorbona, en París, y de filosofía en la Universidad de La Habana. Se graduó de periodista profesional en la Escuela Manuel Márquez Sterling. Fue jefe de redacción del periódico Revolución, de La Habana, jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, director de la revista Cuba y también director de la revista Revolución y Cultura. Ha recibido el Premio Nacional de Periodismo del Club de Periodistas de México, del cual forma parte de su directiva, y también reconocimiento del Club Primera Plana, de México, por sus cincuenta años de ejercicio periodístico. Recibió el Premio Casa de las Américas de novela en 1963, por su novela La situación. Fue primer finalista del Premio Rómulo Gallegos de novela (Venezuela, 1987) con Temporada de ángeles y finalista del Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral, de España, en 1964. En 2002 se le concedió el Premio Nacional de Literatura de la República de Cuba
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Tomado de la agencia Prensa Latina y suministrado por Alerta de Noticias Google del 01/03/2007.
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LIBROS PARA LEER EN EL BAÑO

Borja Cobeaga



Me acabo de mudar. Otra vez. Es el destino del habitante de una gran ciudad: pasar de alquiler en alquiler con mudanzas engorrosas. La última (es una forma de hablar, nunca es la última) fue un día antes de irme a Los Ángeles a la entrega de los Oscar. Dolió, pero más habría dolido volver y tener que hacer el traslado ahora. Además, no me puedo quejar. Por fin he encontrado una casa con un baño suficientemente grande para cumplir mi sueño: una librería al lado del retrete. Una de las cosas que más me gustan del mundo es leer en el baño. Desde pequeñito. Mis padres debían pensarse que era un onanista compulsivo porque me pasaba horas encerrado en el váter. Afortunadamente en casa teníamos dos servicios. Hay libros que he leído enteritos sentado en un roca. Por ejemplo, Música para camaleones de Capote o La conjura de los necios de John Kennedy Toole. Aun así la novela o la recopilación de relatos no son las mejores lecturas de baño. Los tebeos son más adecuados. Cualquier cosa de Quino o Sempé van muy bien y las historietas de Periquita (que mi tío Juan Carlos tenía encuadernadas en unos tochazos que se amontonaban dentro del bidet) son perfectas para pasar horas entre azulejos. También se pueden leer con fruición libros de cine, con fotos a poder ser.
Los de entrevistas a directores como El cine según Hitchcock de Truffaut o el Brian de Palma por Brian de Palma son estupendos. Pero mis favoritos son los libros de Taschen. No sé si Taschen significa inodoro en alemán, pero debería ser así. Su colección de directores de cine (John Ford, Roman Polanski, Paul Verhoeven...) son lo mejor que me ha pasado desde que volví de la India con desórdenes estomacales. Así que estoy muy contento con las nuevas estanterías del servicio. Han quedado inauguradas con un ejemplar de Taschen sobre cine negro. Tiene muchas fotos y bastante texto. Además las tapas parecen impermeables. Seguro que en Taschen saben que los lectores de baño somos legión. En ninguna entrevista me han preguntado: “¿Qué libro hay en tu mesilla de noche?”. Si lo hicieran, diría que el de la mesilla no es el importante: el que te define es el que te llevas al váter.
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Borja Cobeaga. Licenciado en Comunicación Audiovisual, ha realizado diversos cortometrajes, entre ellos Cupido es áspero, La primera vez –con el que obtuvo numerosos premios y estuvo nominado al Goya– y Éramos pocos con el que ha ganado más de 60 premios nacionales e internacionales y ha quedado finalista en la selección de los Oscar de Hollywood. Para la televisión, ha dirigido y participado en los guiones del exitoso programa de Euskal Telebista Vaya Semanita. También ha sido realizador en Gran Hermano, Confianza ciega y El submarino, entre otros.
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Tomado de El Periódico.com del 7 de marzo de 2007 y proporcionado por abastodenoticias.com de la misma fecha.
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LAS BIBLIOTECAS TIENEN COLAS DE UN AÑO
PARA LEER LA CATEDRAL DEL MAR


Gemma Tramillas / Anna Lacerras


BARCELONA. Poco podía imaginarse Ildefonso Falcones cuando una editorial tras otra rechazaba el manuscrito de su primera novela, que La catedral del mar no solo batiría récords de ventas sino que sería el libro más pedido en la red de bibliotecas públicas de la provincia de Barcelona, con colas de más de un año para tomarlo prestado.
Actualmente, 1.251 personas han hecho su reserva para leer en casa la obra en castellano y 548 para la versión en catalán.
En la biblioteca Jaume Fuster de Gràcia hay cuatro ejemplares de la novela y 67 reservas. El tiempo máximo de préstamo es de tres semanas, con lo que el lector que ha hecho la última reserva tendrá que esperar 351 días, casi un año, para llevarse La catedral del Mar.
En otras bibliotecas con menos ejemplares, la lista de espera es incluso más larga. En la Joan Miró del Eixample tienen una sola novela y 21 reservas, lo que significa un año y dos meses de demora. En la Francesc Boix del Poble Sec, la espera es de 399 días.
“En el fondo, a la gente le gustan las historias cercanas con las que pueda sentirse identificado –explica David Cuní, que ha logrado salir de la biblioteca Jaume Fuster con la novela bajo el brazo–. Leer un libro y saber que has paseado por las mismas calles que los protagonistas es muy emocionante”.
Las listas de espera nunca habían sido tan interminables. Falcones ha desbancado a Carlos Ruiz Zafón que, durante cuatro años, se ha mantenido como el autor más leído en las bibliotecas con La sombra del viento. De hecho, en las listas de libros más prestados hasta el 2006 La catedral del mar aún no aparece en el número uno. Las extraordinarias cifras de demanda de la obra no aparecerán reflejadas en las estadísticas hasta el próximo año. Lo que sí se puede comparar son las reservas: frente a los citados 1.251 usuarios que hacen cola para el libro de Falcones, hay 149 para el de Ruiz Zafón.
El reino del best seller
Está demostrado que el best-seller reina también en la biblioteca, gracias tanto al boca-oreja como a la difusión a través de los medios de comunicación. De ahí que en las listas de las novelas más prestadas no falten Dan Brown, con Ángeles y demonios y El código Da Vinci; Albert Piñol, con La pell freda, y Pandora al Congo, o Elisabeth Kostova, con La historiadora. Inmediatamente después del top ten de los más prestados en el 2006, se sitúa un libro de autoayuda de Jorge Bucay, Cuentos para pensar que, en el 2004, ocupaba el tercer puesto.
Según cifras del Servicio de Bibliotecas de la Diputación de Barcelona, los préstamos de libros están igualados con los de material audiovisual. El año pasado se dejaron 3.816.777 productos, de los cuales 1.194.573 fueron libros, 1.184.652, vídeos y 823.582, cedés. Mientras los préstamos de libros y vídeos aumentaron un 3,6% y un 3,9% respectivamente, los de música solo crecieron un 0,4%, un dato revelador del impacto de los nuevos hábitos de bajarse la música de Internet.
Entre los materiales de vídeo más prestados hay de todo, desde clásicos hasta documentales. En el primer lugar figura Yo Claudio, seguida de El padrino y Los gozos y las sombras. En el número siete aparece Bowling for Columbine, del irreverente Michael Moore. Respecto a la música, el top ten empieza con Zapatillas, de El Canto del Loco, y se cierra con Bari, de Ojos de Brujo.

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Gemma Trabullas es periodista de planta de El Periódico de Catalunya. No he conseguido dato alguno de Anna Laceras.
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Tomado de El Periódico.com (España) del 03/03/2007 y suministrado por abastodenoticias.com de la misma fecha.
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El hijo del telegrafista de Aracataca
celebra su 80 cumpleaños


BOGOTÁ (AFP) – El escritor Gabriel García Márquez cumple este martes 80 años. El “hijo del telegrafista” nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, en ese entonces una polvorienta población rural del norte de Colombia, que luego inmortalizó como el mítico Macondo en su novela Cien años de soledad.
El escritor –que se ha definido a sí mismo como “uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca”– es el primogénito del matrimonio de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez. En un sus memorias publicadas en 2002, Gabo señaló que su llegada al mundo se produjo en medio de “un aguacero torrencial fuera de estación” y en condiciones complicadas, “a punto de ser estrangulado por el cordón umbilical”, pues “la partera de la familia perdió el dominio de su arte”.
El escritor latinoamericano más leído en el siglo XX y uno de los periodistas más influyentes publicó su primer cuento en 1947, cuando apenas era un provinciano estudiante de derecho; su primera novela, La Hojarasca, en 1955, ya convertido en periodista del diario colombiano El Espectador; y su obra cumbre, Cien años de soledad, en 1967, tras renunciar al trabajo de guionista cinematográfico en México.
En 1982, la Academia Sueca le concedió el cuarto Premio Nóbel de Literatura ganado por un latinoamericano, “por sus novelas y relatos, en que se alían lo fantástico y lo real en la rica complejidad de un universo poético que refleja la vida y los conflictos de un continente”.
“Escribo para que me quieran mis amigos”, suele repetir para reivindicar el papel que para él tiene el círculo de sus cercanos. “Nosotros sólo sabíamos que éramos amigos, que estábamos leyendo las mismas cosas, bebiendo los mismos tragos, que éramos periodistas”, comentó el escritor a la televisión británica, a comienzos de los noventa, al referirse al grupo de amigos de La Cueva (bar y restaurante), en el puerto caribeño de Barranquilla.
“Una de las más serias y válidas críticas que me hacían era que yo no marcaba la diferencia. Que mi periodismo era muy literario (...) Bueno, creo que me las arreglé para separarlas, a mi manera. Y, si uno se queda pensando, hasta produje literatura como si fuera periodismo”, añadió. Esos amigos lo definen como un hombre con el espíritu de su tierra tropical, dedicado a “mamar gallo” (bromear).
“Yo conocí a los dos García Márquez: al tímido aprendiz de escritor de París, que luego se transformó en un ser seguro de sí mismo y consciente de su influencia mundial”, señala Plinio Apuleyo Mendoza, ahora embajador en Lisboa, quien compartió con el Nóbel las penurias en los años cincuenta en París.
Además de su prolífica obra de cuentos y novelas, decenas de guiones e innumerables artículos periodísticos –de los que se han publicado varias recopilaciones–, García Márquez tiene una pasión por enseñar que reflejan otras dos de sus creaciones: La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Cartagena (Colombia), y la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños (Cuba).
En 1999, García Márquez se centró en una batalla para tratarse de un cáncer y concentrarse en sus memorias, tituladas Vivir para contarla, cuyo primer tomo (de los tres anunciados) apareció en 2002. Esa primera parte de sus recuerdos –desde su nacimiento hasta 1955, cuando se fue a vivir a París– fue lanzada al mercado con un éxito absoluto. En 2004, volvió a la ficción con Memorias de mis putas tristes.
García Márquez, quien igual se ha sentado en la mesa con Bill Clinton o con Fidel Castro, no ha ocultado nunca su fascinación por conocer a los poderosos, aunque nunca quiso ser uno de ellos. De hecho, en 1996 se negó a esa posibilidad, cuando un grupúsculo guerrillero lo propuso como candidato para reemplazar al entonces presidente Ernesto Samper (1994–98), cuestionado por sus vínculos con el narcotráfico. “Yo soy fundamentalmente un escritor, un periodista, no un político”, les respondió.
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Tomado de La Clave.com de fecha 06/03/2007. Suministrado por edicionesdelsur.com
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Gabo dice ser
fan de Shakira y el vallenat
o


México, D.F.- Cada vez que la cantante colombiana Shakira visita México, Gabriel García Márquez baila en primera fila o la saluda en el camerino.
A punto de cumplir 80 años, el escritor es un amante de los ritmos latinos y un promotor del vallenato, una música originaria de Colombia que, a pesar de que muchos así la gozan, no es “para bailar sino para escuchar”, según el propio Gabo.
“Toda la vida el vallenato me ha hecho feliz”, escribió García Márquez, en una carta publicada el año pasado por el diario colombiano El Tiempo, con la que, se afirma, ayudó a que se incluyera esta categoría en los Premios Grammy Latino.
Según el Premio Nóbel de Literatura 1982, su obra cumbre Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y El amor en los tiempos del cólera un bolero de 380.
El año pasado, García Márquez se sumó al esfuerzo de artistas como Shakira, Juanes, Miguel Bosé y Alejandro Sanz, al aceptar ser presidente honorario de la Fundación Alas, cuyo objetivo es mejorar la situación de los niños que viven en la pobreza en América Latina.
Pero, más allá de alguna que otra mención en la prensa, de la vida cotidiana de García Márquez se sabe poco en la capital mexicana, donde vive desde hace décadas y ha escrito la mayor parte de sus libros.
Un día, se lo ve en un concierto de Shakira. Otro, en una foto bailando cumbia en la embajada de Colombia o en el Estadio Universitario en un partido de fútbol de los Pumas de la Universidad Nacional (UNAM).
Sólo en ocasiones, García Márquez es figura pública, como cuando asiste a la entrega anual del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en la norteña ciudad de Monterrey, o en los pasillos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Cuenta una anécdota que, en 2001, cuando lanzó la fugaz edición mexicana de la revista Cambio, llegó en taxi a visitar la redacción, ubicada en la Editorial Televisa de la zona de Santa Fe, pero los vigilantes le impidieron el paso porque no traía identificación. El Premio Nóbel tuvo que esperar que bajaran directivos de la revista a “rescatarlo” y sólo así el personal de seguridad le franqueó el paso.
En México, García Márquez no escribe en la prensa ni da entrevistas, cansado de que siempre le pregunten lo mismo. “Al cabo de tantos años de frustraciones, uno sigue esperando en el fondo de su alma que llegue por fin el entrevistador de su vida”, escribió en 1988, en el diario cubano Juventud Rebelde.
Vive con su esposa Mercedes en una casa del Pedregal de San Ángel, en el sur de la capital, donde tiene un estudio en el jardín y se sienta a escribir con unos tirantes especiales que evitan que se le doble la espalda.
Entre sus grandes amigos figura el escritor mexicano Carlos Fuentes, con quien ha compartido alegrías y tristezas como la muerte temprana y sucesiva de los dos hijos del autor de Aura en los últimos años.
“Él y yo nos respetamos mucho, tenemos un profundo respeto porque tenemos una amistad que data ya de 45 años”, dijo Fuentes el año pasado en una entrevista.
Hace tres décadas casi se consagran como cantantes en París, en una velada casera con el escritor argentino Julio Cortázar, de la que quedó como constancia una grabación informal.
“Gabo y yo cantamos canciones rancheras y corridos de la revolución mexicana, y Cortázar tangos”, relató Fuentes, quien dice tener esa grabación escondida entre calcetines en su casa de Ciudad de México.

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Tomado de Milenio.Com del 01/03/2007 y suministrado por Alerta de Noticias Google de la misma fecha.
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Fallece escritor y académico francés
Henri Troyat, premio Goncourt 1938


El escritor francés Henri Troyat, galardonado en 1938 con el Premio Goncourt y miembro de la Academia desde 1959, ha muerto a los 95 años de edad, según informa la prensa local.
Troyat falleció en la noche del viernes 2 al sábado 3 de marzo, aunque la noticia no ha trascendido hasta ahora, sin que se haya dado a conocer la causa del deceso.
Autor de más de un centenar de libros, entre novelas, obras de teatro, ensayos y biografías, Troyat fue uno de los autores franceses más conocidos y apreciados por el gran público.
Se confesó “enfermo de escritura” para justificar que cada día se ponía ante la hoja en blanco para trabajar, desde que descubrió la Literatura a finales de los años 20.
Troyat nació en Rusia en 1911, pero dejó el país con su familia tras la Revolución Soviética de 1917 y se estableció en Francia en 1920.
Nacionalizado francés, siempre escribió en este idioma, aunque de Rusia, a la que nunca volvió, se quedó con el interés por sus autores, hasta el punto de que escribió numerosas biografías de autores y personalidades del país.
Desde su primera obra, Faux jour (1935), Troyat desplegó una incesante carrera literaria que tuvo su primer éxito tres años más tarde, cuando obtuvo el Goncourt por L'araigne.
Era el decano de los académicos franceses, ya que ingresó en esa institución en 1959 y todavía siguió activo como escritor varias décadas más, ya que su última novela, La traque, fue publicada en febrero de 2006.

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Tomado de El Mostrador.cl de Santiago de Chile, del 05/03/2007. Proporcionado por Alerta de Noticias Google del mismo día.
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La ex secretaria de Hemingway revela
que el escritor esperaba regresar a Cuba

Agencia EFE. La periodista Valerie Hemingway, quien fuera secretaria del escritor estadounidense Ernest Hemingway hasta su muerte, reveló hoy que cuando el autor de El viejo y el mar se fue de Cuba en 1961 “realmente esperaba regresar” porque en la isla “estaban su casa, sus amigos, sus animales y su bote”.
Valerie Hemingway, de origen irlandés, se encuentra actualmente en Cuba con el propósito de realizar un reportaje sobre la isla y visitar la Finca Vigía, que fuera la casa del escritor durante más 21 años y donde ella trabajó con él y aprendió periodismo durante una estancia de seis meses, en 1960.
“Cuando Hemingway se fue de Cuba en 1961, él realmente esperaba regresar. Él no abandonó Cuba porque aquí era donde estaba su casa, sus amigos, sus libros, sus animales y su bote (El Pilar)”, dijo Valerie, familiarmente relacionada con el famoso novelista, cuando estuvo casada con su hijo menor, Gregory Hemingway.
Tras su primera visita a Cuba en 1928, Ernest Hemingway pasó largas temporadas en la isla, donde mantuvo su casa hasta que se suicidó en Idaho (EEUU), en julio de 1961 disparándose un escopetazo.
La periodista ofreció este miércoles la conferencia ¿Qué aprendí de Hemingway para convertirme en periodista? en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana, tras la cual sostuvo un animado diálogo con los asistentes, en el que despejó incógnitas sobre costumbres y aspectos aún desconocidos de su vida.
Valerie Hemingway dijo que piensa que “en general, los estadounidenses no entienden las emociones que estaba sintiendo Hemingway cuando él partió (de Cuba)”.
“No fue una decisión política, su casa estaba aquí y él quería estar aquí, pero las circunstancias cambiaron y a los norteamericanos no se les permitía regresar a Cuba y creo que eso aumentó su depresión”, señaló la periodista irlandesa.
Recordó que “él (Hemingway) siempre dijo: yo soy un escritor y no me involucro en política”.
“Por supuesto que él estaba muy consciente de la situación” –comentó Valerie– y consideró que Hemingway “pensó de si mismo casi como un norteamericano, pero él nunca pensó que (por obligación) tenía que vivir siempre en EEUU”.
Valerie recordó que el autor de Fiesta y Adiós a las Armas viajaba a Cuba con frecuencia y “en los años cincuenta vivió en Cuba, tenía grandes afectos con Cuba”.
Ella cree que “él se sentía ligado familiarmente (a Cuba), pero pienso que él siempre se sintió norteamericano”, indicó.
La ex secretaria del célebre escritor norteamericano viajó a Cuba por primera vez el 25 de enero de 1960 y luego volvió a la isla tras la muerte del novelista en 1961, acompañando a la viuda de Hemingway, Mary Welsh, para cumplir la última voluntad del escritor, de donar la casa que tenía en La Habana al gobierno cubano.
La casa, situada en la localidad de San Francisco de Paula, al sudeste de La Habana, fue convertida en 1962 en un museo que conserva una colección de más de 22.000 objetos personales de Hemingway, entre fotos, trofeos de caza, documentos, implementos deportivos, armas, libros, su yate El Pilar y el diploma del Premio Nóbel de Literatura que recibió en 1954.
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Tomado de Periodista Digital (España) del 08/03/2007 y suministrado por Alerta de Noticias Google de la misma fecha.
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Luis Leante
gana el X Premio Alfaguara


El escritor murciano Luis Leante (Caravaca de la Cruz, 1963) ha ganado el X Premio Alfaguara con la novela Mira si yo te querré.
Leante, licenciado en filología clásica y profesor de latín en un instituto de secundaria de Alicante, es autor también de las novelas El vuelo de las termitas (2003) o El canto del zaigú (2000).
El fallo del galardón ha sido anunciado por el presidente del jurado de este año, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, que ha reconocido la “fuerza expresiva con la que se describe los paisajes de la última colonia española en África”, el Sahara occidental.
Leante vive desde 1992 en Alicante. Ha cultivado diversos géneros literarios: relato, teatro, novela, poesía, ensayo, artículo. Ha escrito guiones cinematográficos y algunos de sus relatos han sido adaptados al cine. Ha publicado los libros de relatos El último viaje de Efraín (1986) y El criador de canarios (1996). También ha publicado las novelas Camino del jueves rojo (1983), Paisaje con río y Baracoa de fondo (1997), Al final del trayecto (1997), La Edad de Plata (1998), El canto del zaigú (2000), El vuelo de las termitas (2003, 2005) y Academia Europa (2003). Ha conseguido algunos premios literarios de poesía, relato y novela.
Al premio de este año se han presentado 574 originales de España y América. Del total de novelas concursantes, 179 corresponden a España y 395 a Latinoamérica (México, 89; Argentina, 85; y Colombia, 75, son lo países de América Latina que más obras han presentado).

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Tomado de la edición digital del diario español El País de fecha 09/03/2007.
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Esta quincena,
en nuestro espacio
PLANETA NARRATIVO:
"FRANCISCA Y LA MUERTE"
,
del escritor cubano Onelio Jorge Cardoso.
http://planetanarrativo2.blogspot.com

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