viernes, 15 de febrero de 2008

Hoy, como ya es costumbre, presento dos textos: el primero, de mi libro de divulgación científica Enamórate de las ciencias, cuya segunda edición acaba de salir en Cuba, en la Editorial Gente Nueva. Como aún no tengo ejemplares del libro, reproduzco la portada de la edición venezolana, que la hizo el Cenamec. Además, incluyo una imagen estupenda: la de la Barbie anoréxica.
A continuación, presento el cuento titulado 32, de mi maestro, Alfredo Armas Alfonzo, que integra su notable libro de cuentos El Osario de Dios. Es uno de mis cuentos favoritos ya que, en muy pocas palabras, genera una atmósfera de terror poco frecuente en la literatura de nuestro continente.
Ojalá les guste esta edición. Está hecha para ustedes, amigas y amigos que se toman el trabajo de asomarse a esta gota de agua en el océano.

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LA ANOREXIA NERVIOSA

Probablemente, el mensaje más contradictorio de nuestra sociedad occidental sea el de estimular la delgadez del cuerpo como modelo estético a seguir, al tiempo que incita al consumo exagerado de comidas y bebidas de alto contenido calórico y baja calidad alimenticia, como un modo fácil y seguro de ser feliz.
Esta contradicción –“adelgaza para ser bella” y “engorda para ser feliz”-, afecta a una gran parte de la población femenina que es a la cual está dirigido el doble mensaje.
Delgada o gorda: he ahí el dilema
En líneas generales, la mayoría de las damas resuelve el dilema mediante una lucha constante con la balanza, intentando modelar su cuerpo o resignándose al aumento progresivo de peso, en aras de una felicidad que cada día parece más difícil de alcanzar.
En muchos casos, la mujer hace todos los esfuerzos posibles por permanecer esbelta hasta llegar al matrimonio o la maternidad y luego deja el cuerpo a merced de los kilos.
Un último grupo de mujeres bastante reducido desde el punto de vista estadístico pero no por ello menos importante desde la óptica clínica -compuesto principalmente por adolescentes-, cae en un proceso enfermizo de delgadez al que se conoce como anorexia nerviosa.
La anorexia nerviosa es un trastorno de origen psíquico que se caracteriza por una profunda aversión a los alimentos y que, a la larga, conduce a una pérdida total del apetito.
Aunque no es una perturbación psicológica exclusiva de las mujeres ni de las adolescentes, la casi totalidad de las personas afectadas son de sexo femenino cuyas edades están comprendidas entre los catorce y los veintiún años.
De acuerdo a numerosos estudios realizados con pacientes que sufren de esta alteración, la anorexia nerviosa se origina en un temor casi irracional a la obesidad.
En otros casos, se desencadena a partir de acontecimientos traumáticos o de un fracaso sentimental o escolar, unidos a sentimientos de insatisfacción por la propia apariencia personal.
Anorexia a la vista
Los síntomas más visibles de la anorexia nerviosa son la pérdida progresiva del apetito, la desaparición del ciclo menstrual, un estreñimiento constante, náuseas y vómitos.
En algunos casos, también se manifiesta mediante trastornos asociados a la mala alimentación, como caída del cabello o descamación de la piel.
Ocasionalmente, las personas anoréxicas despliegan al principio del proceso una gran actividad física que poco a poco va decayendo, hasta presentarse un cuadro de cansancio y debilidad permanentes, incluso sin hacer nada.
El tratamiento más frecuente para quienes sufren un proceso de anorexia nerviosa es de carácter psicológico o psiquiátrico y está encaminado a establecer o restablecer un régimen adecuado de alimentación.
En casos extremos, la persona afectada debe separarse de su grupo familiar y ser recluida en un centro médico, en el cual se combine el tratamiento psicológico o psiquiátrico con medidas urgentes para la recuperación del peso perdido.
Un mal que requiere ayuda médica
Con frecuencia, la anorexia nerviosa es tratada en casa pues se considera un trastorno del comportamiento de menor importancia o el simple producto de una malacrianza.
Mas, debido al riesgo que corren quienes la padecen, tan pronto se diagnostica su presencia, los especialistas recomiendan un régimen médico de urgencia, pues la evolución espontánea de este padecimiento conduce a un estado de desnutrición que puede tener consecuencias fatales.
No debe pensarse que la anorexia nerviosa es voluntaria, ni se debe obligar a comer por la fuerza ni mediante súplicas o artimañas a quien la padece.
El problema no puede resolverse tampoco administrando vitaminas o imponiendo a la paciente una dieta de engorde, porque cualquiera de estas dos cosas resulta contraproducente.
Por último, deben evitarse también las constantes alusiones al aspecto físico y al peso corporal y, si el médico lo recomienda, se debe aceptar el ingreso de la persona afectada a una clínica.
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32

Alfredo Armas Alfonzo

Recién acababa de abandonar la casa del enfermo y se disponía a acostarse cuando sintió que, como ocurría todos los amaneceres desde que él vino a hacerse cargo del Registro y el vecino lo venía a buscar para tomar el café negro, alguien retiraba la tranca, caminaba hasta el cuarto atravesando la sala, empujaba la puerta del cuarto y se le plantaba frente al dormitorio. Esa vez había dejado a la mano la vela encendida en1a palmatoria sobre la silleta.
Quien entró conocía la casa y a lo que estaban acostumbrados, pero a él no dejó de extrañarle que al sentarse crujiera la silleta pero la luz no se apagó.
—¿Eres tú, Ramón Ignacio?
—¿Quién más, pues, Rafael Armas?
Se levantó vestido como se había acostado.
—¿Y qué hora es?
—Ya está aclarando.
No había cantos de gallos, pero así salió hacia la calle y halló la tranca puesta.
Pasaba un entierro, y todo el mundo portaba una vela. Preguntó a quién llevaban a enterrar.
—A Ramón Ignacio Alcalá —repuso Ramón Ignacio Alcalá, que todavía seguía a su lado.
Entonces Rafael Armas advirtió que Ramón Ignacio Alcalá iba entre los cargadores, que Ramón Ignacio Alcalá era uno de los que alumbraban el paso del entierro, que Ramón Ignacio Alcalá iba de cura abriendo la procesión, que Ramón Ignacio Alcalá era el que llevaba la pala, que Ramón Ignacio Alcalá era el que lloraba inmediatamente detrás de la caja mortuoria. Ramón Ignacio Alcalá lo sostenía.
No eran las velas las que difundían la claridad. Ramón Ignacio Alcalá descubrió que eran huesos de muerto.