viernes, 6 de abril de 2007

CARAVASAR No. 23

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ÍNDICE:

Mi vida con la ola (cuento). Octavio Paz.
Diálogo amoroso en La montaña mágica (fragmento de novela). Thomas Mann.
Para qué sirve leer (artículo). Enrique Vila-Matas.
Bolaño, una obra condenada a la vida (artículo). Diego Gándara.
“Qué pena que Bryce haya convertido el plagio en género literario”: Pérez Álvarez (entrevista). Armando G. Tejeda.
Exaltan obra del escritor Fernando del Paso.
El Principito vuela al planeta de los negocios.
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La imagen del equilibrista que abre este número fue tomada del estupendo sitio www.worth1000.com
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MI VIDA CON LA OLA

Octavio Paz


Cuando dejé aquel mar, una ola se adelantó entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando. No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla ante sus compañeras. Además, las miradas coléricas de las mayores me paralizaron.Cuando llegamos al pueblo, le expliqué que no podía ser, que la vida en la ciudad no era lo que ella pensaba en su ingenuidad de ola que nunca ha salido del mar. Me miró seria: Su decisión estaba tomada. No podía volver. Intenté dulzura, dureza, ironía. Ella lloró, gritó, acarició, amenazó. Tuve que pedirle perdón. Al día siguiente empezaron mis penas. Cómo subir al tren sin que nos vieran el conductor, los pasajeros, la policía? Es cierto que los reglamentos no dicen nada respecto al transporte de olas en los ferrocarriles, pero esa misma reserva era un indicio de la severidad con que se juzgaría nuestro acto.
Tras de mucho cavilar me presenté en la estación una hora antes de la salida, ocupé mi asiento y, cuando nadie me veía, vacié el depósito de agua para los pasajeros; luego, cuidadosamente, vertí en él a mi amiga.
El primer incidente surgió cuando los niños de un matrimonio vecino declararon su ruidosa sed. Les salí al paso y les prometí refrescos y limonadas. Estaban a punto de aceptar cuando se acercó otra sedienta. Quise invitarla también, pero la mirada de su acompañante me detuvo. La señora tomo un vasito de papel, se acercó al depósito y abrió la llave. Apenas estaba a medio llenar el vaso cuando me interpuse de un salto entre ella y mi amiga. La señora me miró con asombro. Mientras pedía disculpas, uno de los niños volvió a abrir el depósito. Lo cerré con violencia.
La señora se llevó el vaso a los labios:
–Ay, el agua esta salada.
El niño le hizo eco. Varios pasajeros se levantaron. El marido llamó al Conductor:
–Este individuo echó sal al agua.
El Conductor llamó al Inspector:
–¿Conque usted echó substancias en el agua?
El Inspector llamó al Policía en turno:
–¿Conque usted echó veneno al agua?
El Policía en turno llamó al Capitán:
–¿Conque usted es el envenenador?
El Capitán llamó a tres agentes. Los agentes me llevaron a un vagón solitario, entre las miradas y los cuchicheos de los pasajeros. En la primera estación me bajaron y a empujones me arrastraron a la cárcel. Durante días no se me hablo, excepto durante los largos interrogatorios. Cuando contaba mi caso nadie me creía, ni siquiera el carcelero, que movía la cabeza, diciendo: “El asunto es grave, verdaderamente grave. ¿No había querido envenenar a unos niños?”
Una tarde me llevaron ante el Procurador.
–Su asunto es difícil –repitió–. Voy a consignarlo al Juez Penal.
Así pasó un año. Al fin me juzgaron. Como no hubo víctimas, mi condena fue ligera. Al poco tiempo, llegó el día de la libertad. El Jefe de la Prisión me llamó:
–Bueno, ya esta libre. Tuvo suerte. Gracias a que no hubo desgracias. Pero que no se vuelva a repetir, porque la próxima le costará caro... Y me miró con la misma mirada seria con que todos me veían.
Esa misma tarde tomé el tren y luego de unas horas de viaje incómodo llegué a México. Tomé un taxi y me dirigí a casa. Al llegar a la puerta de mi departamento oí risas y cantos. Sentí un dolor en el pecho, como el golpe de la ola de la sorpresa cuando la sorpresa nos golpea en pleno pecho: mi amiga estaba allí, cantando y riendo como siempre.
–Cómo regresaste?
–Muy fácil: en el tren. Alguien, después de cerciorarse de que sólo era agua salada, me arrojó en la locomotora. Fue un viaje agitado: de pronto era un penacho blanco de vapor, de pronto caía en lluvia fina sobre la máquina. Adelgacé mucho. Perdí muchas gotas.
Su presencia cambió mi vida. La casa de pasillos obscuros y muebles empolvados se llenó de aire, de sol, de rumores y reflejos verdes y azules, pueblo numeroso y feliz de reverberaciones y ecos.
Cuántas olas es una ola o cómo puede hacer playa o roca o rompeolas un muro, un pecho, una frente que corona de espumas! Hasta los rincones abandonados, los abyectos rincones del polvo y los detritus fueron tocados por sus manos ligeras. Todo se puso a sonreír y por todas partes brillaban dientes blancos. El sol entraba con gusto en las viejas habitaciones y se quedaba en casa por horas, cuando ya hacia tiempo que había abandonado las otras casas, el barrio, la ciudad, el país. Y varias noches, ya tarde, las escandalizadas estrellas lo vieron salir de mi casa, a escondidas. El amor era un juego, una creación perpetua. Todo era playa, arena, lecho de sábanas siempre frescas. Si la abrazaba, ella se erguía, increíblemente esbelta, como tallo liquido de un chopo; y de pronto esa delgadez florecía en un chorro de plumas blancas, en un penacho de risas que caían sobre mi cabeza y mi espalda y me cubrían de blancuras. O se extendía frente a mí, infinita como el horizonte, hasta que yo también me hacia horizonte y silencio. Plena y sinuosa, me envolvía como una música o unos labios inmensos. Su presencia era un ir y venir de caricias, de rumores, de besos. Entraba en sus aguas, me ahogaba a medias y en un cerrar de ojos me encontraba arriba, en lo alto del vértigo, misteriosamente suspendido, para caer después como una piedra, y sentirme suavemente depositado en lo seco, como una pluma. Nada es comparable a dormir mecido en las aguas, si no es despertar golpeado por mil alegres látigos ligeros, por arremetidas que se retiran riendo.
Pero jamás llegué al centro de su ser. Nunca toque el nudo del ay y de la muerte. Quizá en las olas no existe ese sitio secreto que hace vulnerable y mortal a la mujer, ese pequeño botón eléctrico donde todo se enlaza, se crispa y se yergue, para luego desfallecer. Su sensibilidad, como las mujeres, se propagaba en ondas, sólo que no eran ondas concéntricas, sino excéntricas, que se extendían cada vez mas lejos, hasta tocar otros astros. Amarla era prolongarse en contactos remotos, vibrar con estrellas lejanas que no sospechamos. Pero su centro... no, no tenía centro, sino un vacío parecido al de los torbellinos, que me chupaba y me asfixiaba.
Tendido el uno al lado de otro, cambiábamos confidencias, cuchicheos, risas. Hecha un ovillo, caía sobre mi pecho y allí se desplegaba como una vegetación de rumores. Cantaba a mi oído, caracola. Se hacia humilde y transparente, echada a mis pies como un animalito, agua mansa. Era tan límpida que podía leer todos sus pensamientos. Ciertas noches su piel se cubría de fosforescencias y abrazarla era abrazar un pedazo de noche tatuada de fuego. Pero se hacía también negra y amarga. A horas inesperadas mugía, suspiraba, se retorcía. Sus gemidos despertaban a los vecinos. Al oírla el viento del mar se ponía a rascar la puerta de la casa o deliraba en voz alta por las azoteas. Los días nublados la irritaban; rompía muebles, decía malas palabras, me cubría de insultos y de una espuma gris y verdosa. Escupía, lloraba, juraba, profetizaba. Sujeta a la luna, las estrellas, al influjo de la luz de otros mundos, cambiaba de humor y de semblante de una manera que a mí me parecía fantástica, pero que era tal como la marea.
Empezó a quejarse de soledad. Llené la casa de caracolas y conchas, pequeños barcos veleros, que en sus días de furia hacía naufragar (junto con los otros, cargados de imágenes, que todas las noches salían de mi frente y se hundían en sus feroces o graciosos torbellinos). ¡Cuántos pequeños tesoros se perdieron en ese tiempo! Pero no le bastaban mis barcos ni el canto silencioso de las caracolas. Confieso que no sin celos los veía nadar en mi amiga, acariciar sus pechos, dormir entre sus piernas, adornar su cabellera con leves relámpagos de colores. Entre todos aquellos peces había unos particularmente repulsivos y feroces, unos pequeños tigres de acuario, grandes ojos fijos y bocas hendidas y carniceras. No sé por qué aberración mi amiga se complacía en jugar con ellos, mostrándoles sin rubor una preferencia cuyo significado prefiero ignorar. Pasaba largas horas encerrada con aquellas horribles criaturas.Un día no pude más; eché abajo la puerta y me arrojé sobre ellos. Ágiles y fantasmales, se me escapaban entre las manos mientras ella reía y me golpeaba hasta derribarme. Sentí que me ahogaba. Y cuando estaba a punto de morir, morado ya, me depositó en la orilla y empezó a besarme diciendo no sé qué cosas. Me sentí muy débil, molido y humillado. Y al mismo tiempo la voluptuosidad me hizo cerrar los ojos. Porque su voz era dulce y me hablaba de la muerte deliciosa de los ahogados.
Cuando volví en mí, empecé a temerla y a odiarla. Tenía descuidados mis asuntos. Empecé a frecuentar los amigos y reanudé viejas y queridas relaciones. Encontré a una amiga de juventud. Haciéndole jurar que me guardaría el secreto, le conté mi vida con la ola. Nada conmueve tanto a las mujeres como la posibilidad de salvar a un hombre.
Mi redentora empleó todas sus artes, pero, ¿qué podía una mujer, dueña de un número limitado de almas y cuerpos, frente a mi amiga, siempre cambiante –y siempre idéntica a sí misma– en sus metamorfosis incesantes?
Vino el invierno. El cielo se volvió gris. La niebla cayó sobre la ciudad. Llovía una llovizna helada. Mi amiga gritaba todas las noches. Durante el día se aislaba, quieta y siniestra, mascullando una sola sílaba, como una vieja que rezonga en un rincón. Se puso fría; dormir con ella era tiritar toda la noche y sentir cómo se helaba paulatinamente la sangre, los huesos, los pensamientos. Se volvió impenetrable, revuelta. Yo salía con frecuencia y mis ausencias eran cada vez mas prolongadas. Ella, en su rincón, aullaba largamente. Con dientes acerados y lengua corrosiva roía los muros, desmoronaba las paredes. Pasaba las noches en vela, haciéndome reproches. Tenía pesadillas, deliraba con el sol, con un gran trozo de hielo, navegando bajo cielos negros en noches largas como meses. Me injuriaba. Maldecía y reía; llenaba la casa de carcajadas y fantasmas. Llamaba a los monstruos de las profundidades, ciegos, rápidos y obtusos. Cargada de electricidad, carbonizaba lo que rozaba. Sus dulces brazos se volvieron cuerdas ásperas que me estrangulaban. Y su cuerpo verdoso y elástico, era un látigo implacable, que golpeaba, golpeaba, golpeaba.
Huí. Los horribles peces reían con risa feroz. Allá en las montañas, entre los altos pinos y los despeñaderos, respiré el aire frío y fino como un pensamiento de libertad. Al cabo de un mes regresé. Estaba decidido. Había hecho tanto frío que encontré sobre el mármol de la chimenea, junto al fuego extinto, una estatua de hielo. No me conmovió su aborrecida belleza. La eché en un gran saco de lona y salí a la calle, con la dormida a cuestas. En un restaurante de las afueras la vendí a un cantinero amigo, que inmediatamente empezó a picarla en pequeños trozos, que depositó cuidadosamente en las cubetas donde se enfrían las botellas.
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Octavio Paz (1914-1998). Poeta y ensayista mexicano nacido en Mixcoac. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia (España) con su esposa, la escritora mexicana Elena Garro. Ahí publica Bajo tu clara sombra (1937). El mismo año publica en México ¡No pasarán! y Raíz de hombre. En 1939, A la orilla del mundo y Noche de resurrecciones. Con Efraín Huerta, entre otros, funda la revista Taller. En 1944, con la beca Guggenheim, pasa un año en Estados Unidos. En 1945, entra al Servicio Exterior Mexicano y es enviado a París. A través del poeta surrealista Benjamín Péret conoce a André Breton. Se hace amigo de Albert Camus y otros intelectuales europeos e hispanoamericanos del París de la Posguerra. Durante la década de 1950, publica cuatro libros fundamentales: El laberinto de la soledad (1950), retrato personal en el espejo de la sociedad mexicana; El arco y la lira (1956), su esfuerzo más riguroso por elaborar una poética; ¿Águila o sol?, libro de prosa de influencia surrealista, y Libertad bajo palabra. Este último incluye el primero de sus poemas largos, Piedra de sol, una de las grandes construcciones de la modernidad hispanoamericana. Conoce a Marie José Tramini, con quien se casa en 1964. Publica los libros de poemas Salamandra (1961), anterior a su viaje a la India, y Ladera este (1968), que recoge su producción en ese país, y que incluye su segundo poema largo, Blanco. En 1963, obtiene el Gran Premio Internacional de Poesía. Publica los libros de ensayo Cuadrivio, en 1965; Puertas al campo, en 1966, y Corriente alterna, en 1967. En 1968 renuncia a su puesto de embajador en la India por la matanza del 2 de octubre, y en 1971 funda en México la revista Plural. Publica El mono gramático, poema en prosa en el que se funden reflexiones filosóficas, poéticas y amorosas, y en 1974 Los hijos del limo, recapitulación de la poesía moderna. En 1975, publica Pasado en claro, otro de sus grandes poemas largos, recogido al año siguiente en Vuelta, que obtiene el Premio de la Crítica en España. En 1977 deja Plural e inicia la revista Vuelta. Durante la década de los ochenta publica El ogro filantrópico, que recoge sus reflexiones políticas; Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe y Árbol adentro, poesía. En 1990 obtiene el Premio Nóbel de Literatura y publica La otra voz. Poesía de fin de siglo; en 1993, La llama doble. Amor y erotismo, y en 1995 Vislumbres de la India.
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Información tomada del sitio El Poder de la Palabra (EPDLP).
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DIÁLOGO AMOROSO
EN LA MONTAÑA MÁGICA


Thomas Mann

Vista del pueblo y el sanatorio Berghof, donde transcurre la obra.
–Vamos, es un incidente sin consecuencias, que pasará pronto.
–No, Claudia, sabes perfectamente que lo que dices no es verdad, lo dices sin convicción, estoy seguro. La fiebre de mi cuerpo y las palpitaciones de mi corazón enjaulado y el estremecimiento de mis nervios son lo contrario de un incidente, se trata nada menos que de mi amor por ti, ese amor que se apoderó de mí en el instante en que mis ojos te vieron, o más bien, que reconocí cuando te reconocí a ti, y es él evidentemente el que me ha conducido a este lugar....
–¡Qué locura!
–¡Oh! El amor no es nada si no es locura, una cosa insensata, prohibida y una aventura en el mal. Si no es así, es una banalidad agradable, buena para servir de tema a cancioncitas tranquilas en las llanuras. Pero que yo te he reconocido y que he reconocido mi amor hacia ti, sí, eso es verdad, yo ya te conocí antiguamente, a ti y a tus ojos maravillosos oblicuos, y tu boca y la voz con que me hablas; una vez ya, cuando era colegial, te pedí tu lápiz para entablar contigo una relación social, porque te amaba sin razonar, y es por eso, sin duda, por mi antiguo amor hacia ti, por lo que me quedan esas marcas que el médico ha encontrado en mi cuerpo y que indican que en otro tiempo yo estaba ya enfermo... Te amo, te he amado siempre, pues tú eres el Tú de mi vida, mi sueño, mi destino, mi deseo, mi eterno deseo.
–¡Vamos, vamos! –dijo ella–. ¡Si tus preceptores te viesen!
–Me tienen sin cuidado todos.... La República elocuente, el progreso humano en el tiempo, pues ¡te amo!
Ella acarició dulcemente con la mano los cabellos cortados al rape en la nuca.
–Pequeño burgués –dijo–. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es verdad que me amas tanto?
Exaltado por ese contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:
–Oh, el amor, ¿sabes.....? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ese es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y muy majestuosa (mucho más alta que la vida riente que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia, y la nobleza, y la piedad, y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies... De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo...! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone de pintura al óleo ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos, cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y como la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas, bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la arteria femoralis que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!
No abrió los ojos después de haber hablado, permaneció sin moverse, la cabeza inclinada, las manos que sostenían el pequeño lapicero de plata, separadas, temblando y vacilando sobre sus rodillas.
–Eres en efecto, un galanteador que sabe solicitar de una manera profunda, a la alemana –dijo ella y le puso un tricornio de papel–. ¡Adiós, príncipe Carnaval! ¡Esta noche la línea de tu fiebre será muy mala, te lo predigo! –al decir esto se levantó de la silla, se dirigió a la puerta, dudó un momento en el umbral, dio media vuelta elevando uno de sus brazos desnudos, con la mano en el pestillo y, por encima del hombro, dijo en voz baja:
– No te olvides de devolverme el lápiz.
Y salió.
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Diálogo entre Hans Castorp y Claudia Chauchat, extraído de La montaña mágica de Thomas Mann.
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Tomado del sitio web Sexo/Vida del psiquiatra argentino Adrián Sapetti. Dirección: http://www.sexovida.com
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Thomas Mann (1875-1955). Novelista y crítico alemán, una de las figuras más importantes de la literatura de la primera mitad del siglo XX; sus novelas exploran la relación entre el artista y el burgués o entre una vida de contemplación y otra de acción. Mann, hermano menor del novelista y dramaturgo Heinrich Mann, nació en una antigua familia de comerciantes en Lübeck el 6 de junio de 1875. Después de la muerte de su padre, la familia se trasladó a Munich, donde se educó Mann. Fue oficinista en una compañía de seguros y miembro del comité de dirección de la revista satírica Simplicissimus, antes de dedicarse a la escritura como profesión. Estuvo influido por dos filósofos alemanes, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, aunque rechazaba las ideas de este último. En uno de sus últimos libros, Ensayos de tres décadas (1947), analiza sus propios escritos literarios rastreando las influencias de esos pensadores y de otros artistas. Las novelas de Mann se caracterizan por una reproducción precisa de los detalles de la vida moderna y antigua, por un profundo y sutil análisis intelectual de las ideas y los personajes, por un punto de vista distanciado e irónico, combinado con un profundo sentido trágico. Sus héroes son con frecuencia personajes burgueses que sobrellevan un conflicto espiritual. Mann exploró también en la psicología del artista creativo. Muchos cuentos cortos precedieron a la escritura de su primera novela importante, Los Buddenbrook (1901), que estableció su reputación literaria y se tradujo a numerosas lenguas. El tema de este libro, el conflicto entre el hombre de temperamento artístico y su entorno de clase media burguesa, volverá a reaparecer en su libro de cuentos Tonio Kröger (1903) y en la novela Muerte en Venecia (1912), llevada al cine por Visconti, y a la ópera por Benjamin Britten. En La montaña mágica (1924), su obra más famosa y una de las novelas más excepcionales del siglo XX, Mann somete a la civilización europea contemporánea a un minucioso análisis. Entre sus obras posteriores se encuentran los cuentos Desorden y dolor precoz (1925), sobre el amor paterno, y Mario y el mago (1930), en el que señala los peligros de la dictadura fascista y la cobardía intelectual; la serie de cuatro novelas basada en la historia bíblica de José, José y sus hermanos (1934-1944), y las novelas Doctor Faustus (1947), El elegido (1951) y Confesiones del estafador Felix Krull (1954). Mann fue también un notable crítico literario. Entre sus escritos críticos se encuentra Consideraciones de un apolítico (1918), un ensayo autobiográfico en el que llega a la conclusión de que un artista debe estar integrado en la sociedad. Su propio compromiso le llevó a la pérdida de la nacionalidad alemana en 1936 —a pesar de que había recibido en 1929 el Premio Nóbel de Literatura—, y eso que desde 1933 se había exiliado de Alemania, con la llegada de Adolf Hitler al poder. Mann se refugió primero en Suiza y después en los Estados Unidos (1938), de donde se hizo ciudadano en 1944. En 1953, se estableció cerca de Zurich (Suiza), donde murió el 12 de agosto de 1955. Fue padre del autor Klaus Mann y de la escritora y actriz Erika Mann.
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Información tomada del sitio El Poder de la Palabra (EPDLP).
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¿PARA QUÉ SIRVE LEER?

Enrique Vila-Matas

Ayer por la mañana me propusieron escribir un artículo para explicar por qué hay que leer. Nunca he entendido por qué debo hacer apostolado de la lectura. Escribí con cierto malhumor, a lo largo de la mañana, el artículo solicitado. Y casi sin darme cuenta acabé recomendando no leer. Expliqué que la compañía de un buen libro es muy peligrosa, pues precisamente porque la literatura nos permite nada menos que comprender la vida, nos deja afuera de ella.
Por la noche, en un coloquio, alguien me preguntó si era capaz yo de explicarle para qué sirve leer. Entonces, a pesar de lo que había escrito aquella mañana, estuve a punto de enojarme por el desprecio hacia los libros que parecía contener aquella pregunta. “Para nada”, iba a contestarle iracundo, “no sirve para nada leer del mismo modo que la literatura no ha servido nunca para nada. ¿Satisfecho?”
A diferencia de la mañana, me encontraba yo en aquel momento de buen humor y decidí, más que enfadarme, evangelizar a aquel indígena del país de los analfabetos. Tal vez porque la guerra lo contamina todo, se me ocurrió hablarle al indígena de la fotografía de una biblioteca medio derruida por los bombardeos. A través del tejado hundido, se ven edificios fantasmales. Pero las estanterías de la biblioteca permanecen en su lugar y los libros alineados en ellas parecen intactos. Tres hombres están de pie entre los escombros y se dedican a fatigar los anaqueles, los tres están absortos en la tarea de escoger un libro para leer.
Le describí la fotografía de la biblioteca de Londres al indígena y después le dije que, cuando me preguntan si la lectura sirve para algo, siempre suelo contestar que una de las grandezas de la literatura estriba en que ésta muchas veces puede ser algo así como un espejo que se adelanta, un espejo que, como algunos relojes, tiene la capacidad de adelantarse. Estaba pensando en Jordi Llovet, que ha dicho algo parecido recientemente. Y no sé cómo fue que decidí pasar a dirigirme al público en general. Kafka se adelantó, les dije, fue el más perceptivo de los escritores, pues vio hacia dónde evolucionaría la distancia entre Estado e individuo, singularidad y colectividad, masa y ser ciudadano. Por eso seguramente le gustaba tanto Bouvard et Pécuchet, (de Gustav Flaubert) donde hay un certero diagnóstico de cómo la estupidez avanzará imparable en el mundo occidental.
Otro asombroso ejemplo de percepción lo hallamos en el Nostromo de Joseph Conrad, escrito en 1904, donde se nos habla de los hombres de negocios americanos de la Concesión Gould, unos tipos belicosos que consiguen, sin demasiada resistencia, transformarse en un imperio dentro del imperio, en el clásico Imperium in imperio: “Cuando le llegue su hora al país mayor del Universo, tomaremos el control y la dirección de todo: industria, comercio, legislación, prensa, arte, política y religión, desde el Cabo de Hornos hasta el estrecho de Smith y más allá si hay algo que valga la pena en el Polo Norte”.
Dejé de hablarle al público en general y volví a dirigirme exclusivamente al indígena para preguntarle si, en tiempos de destrucción y guerra como los que vivíamos, seguía pensando que leer no servía para nada. El hombre me miró con la media sonrisa del ignorante y no dijo nada. Todos vivimos, le dije, en el régimen y el orden que, como un reloj que se adelanta, percibieron perfectamente Kafka y Conrad, y las cosas no hacen más que empeorar, lo que no significa que debamos renunciar al humor; sepa usted que a Kafka y Conrad les sobraba humor, el mismo que le falta a la máquina devastadora del poder, esa máquina especializada en aplastar al ciudadano.
Pero nos rodean los libros, la risa y la imaginación, concluí. Y poco después, salí a la calle. Era una noche clara y fresca, algo despejada por el viento. Es verdad, pensé lo que decía la canción: la noche no es la mañana. Y me sentí de un humor todavía más infinito que el de las estanterías con los libros que no hemos leído ni leeremos nunca y que se extienden hasta la oscuridad del espacio más remoto de la biblioteca universal.
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Esta nota apareció en La Nación On Line del 09/09/2003. La tomamos del catálogo de artículos del sitio www.edicionesdelsur.com
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Enrique Vila-Matas. Nace en Barcelona en 1948, frente al cine Metropol de esta ciudad. Infancia en el 343 de la calle Rosellón, junto al Paseo de San Juan. Estudios de Derecho y periodismo. En 1968 entra de redactor en la revista de cine Fotogramas. En 1971 dirige dos cortometrajes, Todos los jóvenes tristes y Fin de verano. En 1973 publica su primer libro, Mujer en el espejo contemplando el paisaje. En esos días es crítico de cine de la revista Destino. En 1974 se instala en París, donde vivirá dos años y escribirá su segunda novela, La asesina ilustrada (sobre esa época girará más tarde su libro autobiográfico París no se acaba nunca, publicado en Barcelona en 2003). En 1976 regresa a Barcelona y conoce a Paula de Parma, su mujer. Su tercera novela aparecerá en 1980 y la aceptación de los lectores le llegará en 1985 con su emblemático libro Historia abreviada de la literatura portátil. Seguirían otros títulos célebres: Suicidios ejemplares, El viaje vertical, Bartleby y compañía, El mal de Montano, entre otros. Su obra ha sido traducida a 27 idiomas.
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Bolaño, una obra condenada a la vida
Diego Gándara


“Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos los lectores…”. Así resumía Roberto Bolaño su carrera literaria en el otoño de 1990, una carrera compuesta por muchísimos rechazos editoriales, pero también, y sobre todo, por su vocación tenaz de seguir escribiendo pese a todo, en medio de la catástrofe y de la tormenta, con un hijo en las rodillas y hasta que cayera la noche, cuando los demonios intentaran llevarlo. Hasta el infierno, sí, pero escribiendo. Diecisiete años después y cuando están a punto de cumplirse cuatro años de su muerte, Roberto Bolaño sigue siendo una referencia indiscutida dentro del panorama literario en castellano y, todo parece indicarlo, un autor destinado a convertirse en clásico, uno de esos clásicos modernos que serán leídos atentamente, una y otra vez, por los escritores del porvenir porque su obra –inacabable, inconclusa– no para de crecer. Libros robados. Y es que a su obra publicada en vida, una obra que dinamitó los géneros y renovó el desolado paisaje de la literatura hispanoamericana, se han ido agregando novelas inconclusas y esbozos narrativos que el escritor chileno dejó desperdigados en numerosos archivos y en pequeñas libretas en las que estuvo trabajando hasta que le sorprendiera la muerte en julio de 2003 y que no han hecho más que incrementar una obra inmensa a la que se le seguirán agregando textos cuyo valor narrativo es incalculable. En ese sentido, La Universidad Desconocida y El secreto del mal, los dos libros que Anagrama acaba de publicar y que reúnen su poesía completa y unos cuantos textos narrativos, son una parte importantísima de una literatura compleja y de altísima calidad, construida a la intemperie y en la que las lecturas, la imaginación, la experiencia vivida y los libros robados y leídos en cualquier punto del mapa se confunden con la experiencia vital y literaria del autor de Los detectives salvajes. Desde 2666, una novela inmensa y monumental, publicada de manera póstuma, hasta los textos a mitad de camino entre el periodismo, el artículo de opinión y la miscelánea agrupados, también de manera póstuma, en Entre paréntesis (editado por Anagrama), los libros de y sobre Bolaño no han parado de multiplicarse, hasta el punto de que muchos de ellos reúnen homenajes y unas cuantas entrevistas que el autor de Estrella distante ha concedido a diversos medios de España y de América Latina. Así, Para Roberto Bolaño, de su editor Jorge Herralde es una semblanza del escritor, mientras que Bolaño por sí mismo, de Andrés Braithwaite, reúne unas cuantas entrevistas de Bolaño, además de fotos inéditas y de diálogos que el escritor mantuvo con colegas de la talla de Rodrigo Fresán y Ricardo Piglia. La lectura de estos cuentos y de estos poemas permite ver a Bolaño en su travesía vital, desde el poeta incendiario que en su juventud atemorizaba al D.F. mexicano hasta el trotamundos que recorrió por tierra América Latina y regresó a Chile en los meses previos al golpe militar de Augusto Pinochet para integrarse a la izquierda resistente. Pero también al autor que regresó a México y se encauzó en su tarea heroica de convertirse en escritor y que participó activamente de un movimiento de vanguardia, e infrarrealismo, cuyo mayor enemigo era nada menos que Octavio Paz. Historia sin final. Según apunta el crítico Ignacio Echevarría en la nota preliminar del volumen El secreto del mal, Roberto Bolaño estuvo trabajando en los diecinueve textos agrupados en este volumen durante los meses inmediatamente anteriores a su muerte. Y dado el carácter inconcluso que tienen muchos de ellos, o de que se trata de pequeños esbozos narrativos o de arranques de novelas o de piezas que eluden cualquier tipo de clasificación genérica, los editores optaron por considerarlos cuentos y agruparlos bajo el título de El secreto del mal, un texto de Bolaño que comienza de la siguiente manera: “Este cuento es muy simple aunque hubiera podido ser muy complicado. También: es un cuento inconcluso, porque este tipo de historias no tiene final. Piezas, esbozos de historias, cuentos inacabados, textos a mitad de camino entre la autobiografía y la ficción, algunos de los relatos desperdigados y encontrados en archivos diferentes ya fueron publicados en un libro anterior Entre paréntesis, como es el caso de Playa, un cuento oscuro y final epifánico, o el titulado Derivas de la pesada, donde analiza la literatura argentina tras la muerte del escritor Jorge Luis Borges y donde reclama la lectura constante de Borges, y Sevilla me mata, una conferencia que escribió, pero que no llegó a pronunciarla en un encuentro celebrado en la ciudad andaluza en junio de 2003, tres meses antes de su muerte, y en la que analiza la procedencia de algunos de los escritores latinoamericanos actuales. Pero todos estos textos, a pesar de su carácter ensayístico, han sido incluidos con el ánimo de respetar la tendencia de Roberto Bolaño a intercalar en sus últimas colecciones de relatos textos de naturaleza no narrativa, con el evidente propósito de confundir las fronteras del género, y fecundarlo. Así, en Músculos, se puede leer el comienzo de Una novelita lumpen, mientras que en La colonia Lindavista, un texto posiblemente inacabado sobre una pareja en el D.F, es posible ver el arranque de una novela inconclusa. Lo mismo ocurre con, precisamente, el relato El secreto del mal, que da nombre al volumen, donde, en la noche parisina, alguien recibe una llamada telefónica de alguien que sonríe y en su sonrisa se dibuja la mueca del mal. Terror psicológico. En El viejo de la montaña, Bolaño esbozó un posible relato sobre Ulises Lima y Arturo Belano sobre un encuentro fugaz con su compañero de ruta. Pero en El hijo del Coronel, un relato de zombis, se pude ver al Bolaño capaz de pergeñar historias de terror, de terror psicológico, lo mismo que en Sabios de Sodoma, un cuento irónico y febril sobre el viaje de V. S. Naipaul a Buenos Aires, a comienzos de la década de 1970. Roberto Bolaño imagina allí al premio Nóbel de Literatura, agobiado por los argentinos, pero también analizando uno de los temas que Naipaul trató en el libro que escribió al regresar de Buenos Aires: el regreso de Eva Perón: el placer de los argentinos por la sodomía. El mejor Bolaño, sin embargo, aparece en La habitación de al lado, que puede ser considerado un cuento de terror psicológico. O en Laberinto, una obra maestra en la que se ve al Bolaño que ha leído, y admirado, a Perec: una simple fotografía dispara una historia de terror y soledad. O en el policial de Crímenes, o No sé leer, donde lo autobiográfico se mezcla con Chile y con la intelligentzia literaria de ese país pero también con la relación, siempre, compleja, entre padres e hijos. Pese a todo, es difícil discriminar cuáles, entre las piezas narrativas que no llegó a publicar, pueden darse por terminadas y cuáles no.
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Tomado de La Razón.es del 05/04/2007 y proporcionado por abastodenoticias.com de la misma fecha.
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Qué pena que Bryce haya convertido el plagio
en género literario: Pérez Álvarez


Armando G. Tejeda

El escritor gallego José María Pérez Álvarez, conocido como Chesi, sintió una enorme rabia cuando se enteró que Alfredo Bryce Echenique, uno de sus referentes literarios, había plagiado un texto suyo, al que sólo le había cambiado el título y un par de palabras. De la rabia pasó a la serenidad y a la reflexión, con lo que ahora lo único que siente es “pena” de que un autor que le ha hecho “temblar de risa” haya convertido el plagio en “un género literario”.
Chesi publicó en la revista literaria española Jano una especie de cuento que tituló Las esquinas dobladas, en el que contaba la historia de un vagabundo que siempre veía en la misma esquina de su ciudad, Orense, y que un día apareció muerto de frío frente a la sede de una sucursal bancaria. Ese mismo texto, que vio la luz en 1995, lo publicó un año después Bryce Echenique en el periódico peruano El Correo de Lima, con el título La tierra prometida, en el que únicamente cambió el lugar de la historia, de Orense a Madrid, y eliminó dos palabras insustanciales para la historia.
En entrevista con La Jornada, Pérez Alvarez explicó que “no hay ningún tipo de dudas sobre el plagio. Lo único es que la historia que yo había contado en mi texto era una historia real. Lo que hace Bryce Echenique es que cuando yo digo en mi ciudad, él pone Madrid. Y la última frase de mi artículo es la que utiliza para poner el título a su artículo”.
En cuanto a lo que sintió cuando descubrió que efectivamente se había producido un plagio de su texto, Chesi confesó que “en estos días he tenido tiempo suficiente para reflexionar respecto de esto y digamos que yo soy un poco como en La Biblia, lento en la cólera y muy malo para el rencor. Al principio me sorprendió y me soliviantó el hecho de que hubiera plagiado este artículo, pero después puse en un platillo sobre la balanza el daño que me podría haber causado copiando mi artículo y el placer que me había causado como lector de sus obras. Yo creo que pesa muchísimo más el placer que me causó que esto. Cuando se habla de que alguien se va a reunir para tratar de fusilar a Bryce Echenique como si fuera una especie de Saddam Hussein del plagio, yo no estoy dispuesto a sumarme a esa fiesta de locos”.
Cabe señalar que en los días recientes se ha develado una serie de textos supuestamente plagiados por Bryce Echenique, como el caso del historiador peruano Herbert Morote, que denunció este hecho en el periódico peruano El Comercio.
Entre las obras de Bryce Echenique que cita Pérez Álvarez como sus favoritas se encuentran La vida exagerada de Martín Romaña, Un mundo para Julius y Magdalena peruana y otros cuentos. Obras que además le influyeron de una forma notable, sobre todo por la manera en la que utiliza el humor. “Soy un admirador de su obra. Como lector empedernido de la literatura que viene del otro lado del Atlántico, creo que la primera novela de humor como tal que conocí es La vida exagerada..., un libro que además regalé y releí. Soy un enamorado de su literatura, aunque haya algunos libros que me parecieron menores o innecesarios, como La amigdalitis de Tarzán, que considero fallida, incluso mala. Pero -insisto-, las otras tres que cité compensan a las malas y al presunto daño que me pudiera haber hecho con el plagio. Así que desde este momento lo olvido y eso lo tengo muy claro”.
-¿No le llama la atención que últimamente se estén conociendo tantos plagios por parte de Bryce Echenique, a pesar de su calidad como escritor?
-Sí, porque lo triste es que una cosa es un plagio en un momento determinado y otra muy distinta es el empecinamiento en el plagio. Mil plagios son peores que un plagio, porque creo que un plagio se puede disculpar con la persona plagiada y queda ahí, pero cuando empiezan a salir plagios por todos los sitios digamos que se está haciendo del plagio un género literario. Y eso a mí me causa tristeza y pena, no por mí, sino por un escritor de la categoría de Bryce Echenique, que me ha fascinado y me ha hecho temblar de risa como lector.
-A pesar de que no iniciará acciones legales, ¿no espera por lo menos una disculpa por parte del escritor peruano?
-La única acción legal que yo hice fue, digamos y con perdón, cagarme en sus muertos en el momento en que me enteré. Esa acción legal termina ahí y después comienza la acción del perdón o del olvido. Yo no tengo ningún tipo de rencor ni inquina ni pienso hacer absolutamente nada. Lo doy por olvidado. Y tampoco necesito una disculpa de su parte, pues creo que sería como un perdón hipócrita, algo así como ven y humíllate delante de mí. No, eso no lo haré, además, el perdón no es una cosa que se pide sino que se concede y yo lo tengo concedido. Así que esto queda en paz.
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Tomado de la edición digital de La Jornada (México), del 02/04/2007 y suministrado por Alerta de Noticias Google de igual fecha.
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Exaltan obra del escritor
Fernando del Paso


México, 1 de abril. El escritor, pintor, poeta, locutor y periodista Fernando del Paso Morante, cuya obra Noticias del imperio fue elegida en días recientes la mejor en México de los últimos 30 años, nació el 1 de abril de 1935 en esta capital.
Aunque de su infancia y juventud poco se sabe, en 1955 decidió estudiar Economía y Literatura en la UNAM y diez años después se hizo acreedor de una beca del Centro Mexicano de Escritores para terminar la que sería su primera novela: José Trigo (1966), acreedora al Premio Xavier Villaurrutia.
De 1969 a 1971 es becado por la Fundación Ford para participar en el International Writing Program, por lo que reside en Iowa, Estados Unidos. Al terminar el apoyo, trabaja como productor de programas de radio, escritor y locutor de la BBC de Londres, hasta 1985.
Por esas mismas fechas, entra a laborar por un año en Radio France Internationale, en París, y para 1986 gana el premio Radio Nacional de España, otorgado al mejor programa en español de carácter literario por su Carta a Juan Rulfo.
Del Paso ha publicado varias obras, entre las cuales figuran las novelas Palinuro de Mexico (1977), Noticias del Imperio (1987) y Linda 67: historia de un crimen (1995). La segunda fue elegida la mejor en México en los últimos 30 años, en un sondeo a escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Margo Glantz y Vicente Leñero.
También es autor de las obras teatrales La loca de Miramar (1988), Palinuro en la escalera (1992) y La muerte se va a Granada (1998); el poemario Sonetos de lo diario (1958), y los libros para niños De la A a la Zeta-por un poeta y Paleta de 10 colores.
Algunas de las obras de Del Paso han sido traducidas a diferentes idiomas, como al portugués, francés, inglés, alemán y holandés, así como una no autorizada al chino, según cuentan los especialistas.
Por la importancia e influencia de su obra literaria, ha recibido los premios Rómulo Gallegos de Venezuela (1982), a la Mejor Novela Extranjera Publicada en Francia (1985), Mazatlán (1987), Nacional de Letras y Artes (1991) y fue nombrado Creador Emérito (1993).
Del Paso se ha dedicado también al dibujo y la pintura, labores que cuentan con el reconocimiento de la crítica gracias al montaje de sus obras en las ciudades de Londres, París, La Habana, Madrid y varias de Estados Unidos, así como de México.
Este polifacético personaje mexicano fue Consejero Cultural en Francia (1985-1988) y Cónsul de México en París (1988-1991). De 1992 a la fecha es Director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, de la Universidad de Guadalajara, y es miembro de El Colegio Nacional. (Con información de Notimex/RSC).
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Tomado de El Financiero en línea (México), del 01/04/2007 y proporcionado por Alerta de Noticias Google de la misma fecha.
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El Principito vuela
al planeta de los negocios


Una rara emoción, acaso similar a la de un niño la primera vez que abre las páginas mágicas de El Principito. Así debió de sentirse Minoru Shibuya, encargado del museo de libros ilustrados Ehon Kiyosato, en la provincia de Yamanashi, en el centro de Japón, cuando en 1994, en una visita a una feria de libros de segunda mano en Tokio, pasó ante sus ojos un dibujo singular, de un estilo que le debió de resultar familiar. Tanto que el museo desembolsó 1,2 millones de yenes (10.000 dólares) por la ilustración. Trece años después, su buen ojo se ha confirmado: el dibujo pertenece, con casi total seguridad, a una escena de El Principito, y se cree que es un original pintado por el autor, Antoine de Saint-Exupery. La agencia nipona Kyodo informó ayer del hallazgo de esta acuarela sobre papel para cartas, en la que puede verse al protagonista que da título a la imaginativa novela, en un planeta habitado por un hombre de negocios. El sobrino de Saint-Exupery, Francois d’Agay, de 81 años, ha destacado la importancia del descubrimiento ya que cree muy probable que el dibujo sea auténtico. Piloto de avión en la Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupery desapareció en una misión sin dejar rastro en 1944. Con él se perdieron muchos de los 47 dibujos originales de El Principito, un libro que ha vendido 80 millones de ejemplares en el mundo. Una cadena japonesa de radio y televisión prepara ahora una gran una exposición sobre El Principito. Los responsables de este medio examinaron el dibujo y lo tuvieron claro: “Hay muy pocas dudas sobre la autenticidad de la acuarela”.
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Tomado de La Razón.es (España) del 05/04/2007 y suministrado por abastodenoticias.com de similar fecha.
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ESPACIOS RECOMENDADOS
PLANETA NARRATIVO. Aquí puedes leer el cuento Cordero asado, del escritor galés Roald Dahl, una obra maestra del cuento policial. Dirección: http://planetanarrativo2.blogspot.com
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CIUDAD SEVA. En el espacio del escritor puertorriqueño Luis López Nieves puedes leer esta semana puedes el cuento Giocoso Spelli, del escritor argentino Rodolfo Wilcock. Dirección: http://www.ciudadse va.com/textos/ cuentos/esp/ wilcock/giocoso. htm
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