viernes, 20 de julio de 2007

El único puente colgante
hecho por una sola persona
UN SUEÑO DE ACERO

Con determinación y buena voluntad, el barquero italiano Guido Bartolini construyó él solo una obra que unió las poblaciones de Anchetta y Vallina, que estaban separadas por el río Arno.




A mediados de 1946, el barquero italiano Guido Bartolini tuvo una idea. Esa idea fue tomando cuerpo en su mente, hasta que, en febrero de 1947, decidió ponerla en práctica.
Guido movilizaba pasajeros y mercancías entre las poblaciones de Anchetta -donde él vivía-, y Vallina, al otro lado del río Arno, en una barca de remos llamada Napoleón. El trabajo le disgustaba pues la paga era poca y la labor muy ardua.
Su idea era construir un puente que uniese a Anchetta y a Vallina, en el lugar donde el río era más angosto, que era justo frente a su casa. Para ponerla en práctica, una mañana de febrero de 1947 fue hasta la cercana Florencia a entrevistarse con un ingeniero que había conocido meses antes.
Un sueño como espectáculo
Cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial, Guido vio a los ingenieros militares levantar puentes de guerra, para que sobre ellos pasaran las tropas y los transportes. Incluso participó en la construcción de algunos de esos puentes y había grabado en su mente cómo estaban constituidos.
Esa mañana, tras exponer su idea al ingeniero, le preguntó cuánto costaría construir el puente y éste calculó unos diez millones de liras. Guido Bartolini sólo contaba con 500.000, pero igual decidió levantar su soñado puente.
Como lo primero que necesitaba era el permiso de construcción, fue a la oficina del ingeniero del distrito, a quien le presentó un croquis a lápiz del puente. Este último y todos los funcionarios que vieron el croquis se burlaron de lo que consideraron un chiste y, en son de broma, le concedieron el permiso. Pero Guido iba en serio y, a comienzos de marzo de 1947, inició las excavaciones para colocar los postes de anclaje de los cables que sostendrían el puente en Anchetta.
Para ello abrió dos zanjas de tres metros de profundidad por cuatro de ancho. Los postes los compró en Florencia, en una venta de desechos de guerra. Él mismo los transportó en un carro de mano hasta Anchetta y los plantó en las zanjas. En esa venta halló todo cuanto requería: pernos, tuercas, clavos y cemento. Las 40 toneladas de acero usadas en el puente las transportó él solo desde Florencia en ese carro de mano.
Para no quedarse sin ingresos y costear los nuevos gastos del puente, Giulia, su mujer, se encargó de tripular la barca entre Anchetta y Vallina, mientras él trabajaba en su sueño.
Una noche, rendido de cansancio, porque había trabajado en el puente desde muy temprano y a mediodía hizo un viaje en la barca, río abajo, Guido cayó en una de las zanjas que había abierto y se rompió dos costillas. Y aunque el médico le recomendó reposo, él no lo cumplió y días después estaba otra vez en el puente.
Para los habitantes de Anchetta, el barquero se había vuelto loco, pero todas las tardes y los domingos se reunían a menos de 50 metros de donde él se hallaba, para verlo trabajar.
En los próximos dos años, Guido asentó los cuatro pilares del puente, cada uno de los cuales pesaba una tonelada; tendió los cables de más de 120 metros de largo; ubicó las vigas; abrió más de 50.000 agujeros para los pernos y luego los colocó; puso el entablado del pavimento y lo revistió de asfalto. Los cables que empleó habían pertenecido a un ferrocarril de cremallera destruido durante la Segunda Guerra Mundial.
El tendido de los cables fue una obra maestra del tesón humano: Guido afianzó el extremo del primero de ellos en uno de los postes de anclaje, en Anchetta. Después trasladó el resto del cable en la barca, hasta la orilla opuesta del río, donde lo tensó con la ayuda de un cabrestante de cadena. Los otros nueve cables los puso del mismo modo pero, para tensarlos totalmente, tendió un alambre al que colocó una polea. De ésta colgó una correa que, puesta en su cintura, le permitía elevarse a la altura necesaria para llevar los cables a la posición requerida. Al verlo colgar sobre el río, los vecinos se burlaban de él por lo que Giulia, su esposa, se negó a seguir conduciendo la barca, avergonzada de lo que hasta ella consideraba un caso perdido de desorden mental.
Pero Guido en realidad era un genio e ideó un mecanismo mediante el cual, y gracias a un cable, él podía conducir la barca de una orilla a otra del río, sin abandonar su trabajo en el puente.
Inventiva y constancia
Cuando el dinero no alcanzó para mantenerlo a él y a su esposa, ni para adquirir los materiales de construcción, Guido vendió las pocas joyas de la familia y contrajo varias deudas, ofreciendo su casa en garantía. Así y trabajando un promedio de 14 horas al día, al cabo de dos años concluyó su puente.
El 10 de julio de 1949 fue la inauguración del que aún es el único puente colgante del mundo construido por una sola persona. Al acto asistieron los alcaldes de Anchetta y Vallina quienes, tras la bendición dada por el párroco de Anchetta, caminaron desde cada extremo del puente hasta el centro y allí se dieron la mano. Pero el primero en cruzarlo no fue ninguno de ellos, sino un sobrino de Guido, de cuatro años, al que el barquero constructor le concedió ese honor.

Para homenajear tan extraordinaria labor, las municipalidades de ambos pueblos hicieron colocar en la fachada de la casa del antiguo barquero una placa con esta inscripción: Para que la inventiva, la constancia y el espíritu público de Guido Bartolini, creador y único constructor del puente, sirva de estímulo a venideras generaciones, los vecinos de Anchetta y Vellina le dedican esta lápida.