viernes, 23 de marzo de 2007

CARAVASAR No. 21


ÍNDICE

Todos han muerto (poema). José Barroeta.
El robo de las esferas (cuento). Fedosy Santaella.
Primeras veces, repetición a petición (ponencia) Fedosy Santaella.
Los premios al desnudo (encuesta). El Cultural.es.
El bochorno del escritor (artículo). Rafael Tapounet.
Los suecos que reinventaron el género negro (noticia).
Tarragona recuerda al poeta José Barroeta (noticia).
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La imagen que está al inicio se titula Plesiosaurios y tuvo como autor al dibujante y pintor estadounidense Rick Sardinha, cuya excelente página web es la siguiente:
www.battleduck.com
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TODOS HAN MUERTO

José Barroeta



Todos han muerto.
La ultima vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.

Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.
Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.

En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.

No recuerdo con exactitud
cuándo empezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.

Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.

Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.

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José Barroeta (1942-2006). Poeta venezolano nacido en Pampanito, estado Trujillo. Doctor en Literatura Iberoamericana y profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Los Andes (Mérida, Venezuela). Publicó cuatro libros de ensayo y seis de poesía: Todos han muerto (1971), Cartas a la extraña (1972), Arte de anochecer (1975), Fuerza del día (1985), Culpas de juglar (1996) y Elegías y olvidos (2006), que figura en su antología Todos han muerto. Poesía completa (1971-2006), Editorial Candaya, Barcelona, España, 2006. Presentación de Eugenio Montejo y Prólogo de Víctor Bravo.
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EL ROBO DE LAS ESFERAS

Fedosy Santaella


Atravesamos kilómetros y kilómetros de la Selva Imposible bajo el quemante sol de Puerto Cabello y llegamos al espacio abierto donde el Árbol de la Vida ofrecía una sombra inquebrantable. Zerpa llevaba sus esferas dentro de una buchaca de terciopelo que alguna vez portó una botella de exótico licor; Néstor las portaba en unas faltriqueras transparentes, de esas que sirven para llevar las apetitosas bagatelas de lord Montague; y Willliam las amontonaba en delgadas y frías bolsas de líneas bicolores. Yo sólo tenía una esfera, con una me bastaba, y a veces la llevaba en el bolsillo del pantalón, a veces en la mano.
Despejado el terreno de ramas, piedritas y hojas caídas, los adversarios se dispusieron para la batalla campal. Yo me recliné del Árbol de la Vida y, aún con la cicuta de la desolación en el pecho, me entregué al gran silencio que se impone entre los ejércitos antes de la contienda. Sólo se escuchaba el viento azuzando las banderas, el crujido de las catapultas que en su ángulo tenso desafiaban al cielo de esmalte, y mi apagada letanía que imploraba la clemencia de los dioses.
Entonces reventaron las primeras amarras y la primera bala de cristal silbó a través de las cortinas del aire. La esfera se detuvo un instante en la cima para luego caer en el terreno y levantar una descomunal montaña de humo.
William, alto y grueso como el carromato que conducía su padre, avanzó con calma de guerrero experimentado, ostentando su sonrisa cruzada de maldad y soberbia. Era el señor de la guerra, la carne viva del terrible Atila, despiadado y atroz. Los aliados, estoicos, admirables, rehicieron sus filas de cualquier manera y dieron sus caras empozadas de sangre y barro. Y Atila se burló de la desdicha ajena con bramidos de gloria, con sus miradas de colmillo, con sonrisas de orate perdido en su propia sensualidad.
Pronto me aburrí de la rutina de la masacre y coloqué la esfera de las Mil Galaxias frente a mis ojos. Me sumergí en su océano uterino, en las marejadas de su recámara oval, infinita y sosegada, hacia la nebulosa del Ojo Felino en un vuelo que era nado, en un nado que era vuelo, contemplación, despojo y simbiosis cristalina. Fui enigma. Fui Creación. Fui inocencia pura, diente de león luminoso, átomo de lo eterno.
Debo confesar que alguna vez intenté el arte de la guerra. Pero mi puntería resultó pésima y nunca aprendí las reglas del todo. Así que, antes de que los otros me execraran para siempre, renuncié y me dediqué al misticismo que ahora abrazaba con aquel furor de monje medieval.
Pero no siempre el éxtasis nos condena la mirada y, para volver a las deliciosas corrientes del morbo, a la realidad que fascina con su cochambre, sólo se requiere de una excusa disfrazada de horror. Apenas una excusa para dejar caer la esfera y alzar la mirada una vez más hacia la turbulencia animal.
Y era que Atila acababa de gruñir como una bestia marcada con fuego ante la escena de una de sus falanges interceptadas. Néstor la tenía en su poder y Zerpa, irrefutable sosias, hacía a la perfección su labor de apoyo táctico.
Minotauro perdido y cazado en su propio laberinto, el gran Atila resopló su odio y se infló como un paquidermo, lleno de una lava ardiente que recorría su cuerpo. Enrojeció, botó fuego por los ojos, su estatura aumentó, se alzó hasta los cielos, alcanzó las nubes y se transformó en titán. Convertido en el ombligo herido del cosmos, el titán aulló una explosión contra sus adversarios. Néstor calló, Zerpa sonrió nervioso y yo me quedé allí, boquiabierto, la esfera a mis pies, y mis pies clavados en la tierra.
Plaga de la ira, musaraña de la ceguera, el titán se lanzó sobre la llanura, atropelló a los ejércitos y de un manotazo apartó las catapultas y se hizo de las balas de cristal. Creí que por mi condición de místico yo iba a ser perdonado, pero los titanes no sienten respeto por las cosas sagradas. Su cuerpo gigantesco y con olor a perro salvaje me agravió, y la esfera de las Mil Galaxias fue secuestrada sin contemplación.
En un abrir y cerrar de ojos, el titán se había esfumado. Sólo quedó el polvo mefítico de los infiernos sobre aquel erial que hacía pocos segundos había sido una vigorosa explanada.
Aún sumido en el estupor, volteé a mirar a mis compañeros. Ellos, a pesar de haber sido despojados, celebraban un triunfo de sonrisas serenas y aliviadas.
Sí, existen otros triunfos. Y el de ellos era haber despertado la furia de aquel impávido guerrero. Su estrategia había funcionado, y en la próxima batalla tendrían a su favor las escenas del miedo y la deshonra incrustadas en el pecho del adversario.Medité y comprendí que yo también debía unirme al callado regocijo. Yo también me había hecho de una victoria. Porque el titán, al robarme, se había condenado él mismo a una derrota absoluta. Por más que lo intentara, el bárbaro William, inútil para el ensueño, nunca podría obtener los secretos divinos, los goces sacramentales, las múltiples dimensiones de mi esfera. Sí, tal sería su castigo: poseer una joya que nunca le pertenecería por completo.
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Tomado del libro Postales sub sole. De la A a la Z Ediciones, Caracas, 2006.
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PRIMERAS VECES,
REPETICIÓN A PETICIÓN


Fedosy Santaella



Apreciados amigos:
Hablar de las primeras veces literarias se me convierte en un asunto demasiado complicado; pero no crean que lo digo para hacerme el interesante. No, en realidad es porque yo me la paso repitiendo primeras veces a cada rato. Y es que debo confesar que tengo muy mala memoria y, para colmo, muchas veces mi ímpetu le ha ganado a la serenidad que lleva a la planificación, y hasta a la misma prudencia.
Pero volvamos a la desmemoria.
Yo siempre vuelvo a los libros por la simple y llana razón de que olvido lo que ya he leído. De verdad, es como si los leyera por primera vez. Me pasa con los libros y me pasa con las películas. Cuando alguien me habla de una película que yo vi, por supuesto que digo: “¡Claro, esa película es una maravilla!”. Luego, cuando la persona con quien converso empieza a rememorarla y saca a colación alguna escena, afirmo con la cabeza sin decir palabra, pero igual creo que se me nota el vacío. Además, yo me sonrojo de nada, me sonrojo hasta cuando no tengo razones para sonrojarme. Y en serio, tengo una memoria terrible. Con los libros me pasa igual. Cuando los releo, es como si los leyera por primera vez. Yo no sé si a los demás les pasará; quizás los otros sean más astutos, mejores actores. Pero lo que soy yo, no puedo.
Claro, también releo libros para inspirarme. ¿Y saben cuáles libros releo para inspirarme? Aquellos que me inocularon y me inoculan el virus de la escritura. Una vez leí algo de Michel Tournier que me pareció una maravilla. No me lo aprendí de memoria, para mí eso es imposible. Pero siempre lo tengo a mano para transcribirlo. Aquí les va:
“Hay algunas obras maestras –y por ello figuran en primera línea de la literatura universal- que son una incitación a crear, un contagio del verbo creador, una puesta en marcha del proceso inventivo de los lectores. Yo confieso que para mí esa es la cumbre del arte. Paul Valéry decía que la inspiración no consiste en el estado en que se encuentra el poeta cuando escribe, sino en el estado en que el poeta que escribe espera poner a su lector.”
No es por causalidad que Michel Tournier escribe esto en un artículo que se llama “¿Existe la literatura infantil?”. Pienso que esta observación es importante, porque, si no me equivoco, mis primeras lecturas fueron en la infancia, y mis primeras ganas de escribir empezaron también por aquellos tiempos.
Recuerdo que mi papá tenía una biblioteca bastante decente. La biblioteca, aún después de su muerte, sigue allí, con menos libros y ahora con más adornos de mamá. Pero en aquel entonces había un montón de libros, y buenos. Recuerdo haber encontrado allí La Ilíada y La Odisea (de La Biblia se encargaron las monjas simpáticas del San José de Tarbes de Puerto Cabello, que era mixto, por si acaso).
Aquellas lecturas, inocularon en mí el virus de la escritura y me fajé a redactar, con toda la inocencia del mundo y en una agenda de oficina, mi propia Odisea. Por cierto, aquella agenda era un regalo corporativo que hacían unos tíos míos todos los años en diciembre. Tenían una fábrica de concreto, por lo que podemos decir que aquella agenda de oficina sentó las bases concretas de mi escritura.
Pero no crean que de La Ilíada y La Odisea pasé a la Divina Comedia de Dante. No, esa la leí en la universidad. En aquella edad de oro, me encontré con cosas más divertidas: Las versiones juveniles de Ivanhoe, La vuelta al mundo en ochenta días, Moby Dick y La Isla del Tesoro, entre otras.
Pero hubo, amigos, un libro en especial que me inyectó de manera definitiva y hasta hoy día (no puedo decir si para siempre) el virus de la literatura. Ese libro, que lamentablemente se conoce poco, se llama Escena de un Spaghetti Western, de Armando José Sequera.
¡Amigos, qué belleza de libro! En estos días lo busqué, y comprobé que había olvidado la mayoría de sus textos, pero que, a fuerza de tanto leerlo, sí recordaba otros. Uno de los que tenía claro en mi memoria es el siguiente:
ESCENA DE UNA SPAGUETTI WESTERN
El cowboy, en la trifulca, recibió un golpe que lo derribó del techo de una de las casas del pueblo establecido en lo alto de la montaña. Girando sin interrupción, se precipitó por una pendiente hasta el techo de la iglesia del pueblo ubicado en mitad de la montaña.
Prosiguió, cuesta abajo en su rodada, arrastrando a su paso un sin fin de objetos que, de haber ido a una velocidad moderada, hubieran represado su andar de remolino.
Por tercera vez se vio en el aire para, segundos más tarde, estrellarse contra el techo de un establo del pueblo situado en la falda de la montaña. Aupado por la inercia, cayó en el tejado contiguo el cual, al recibir su acelerado peso, se desplomó sobre un estanque de agua, propiedad del lechero del pueblo.
Cuando pudo salir de allí, antes de comprobar si tenía algún hueso roto, constató con satisfacción que no le había caído el sombrero.

Los primeros textos que surgieron de estas lecturas, fueron inexorablemente tras la huella del maestro. Eran cortos, intentaban una redacción clara y precisa, y buscaban el humor.
Y aquí, el tema de los maestros. Mis primeros pasos hacia la escritura estuvieron marcados por ellos, y creo que esto nos pasa y nos debe pasar a todos. Armando José Sequera, en el caso de este librito cómico que escribí a los doce o trece años; luego vendrían Edgar Allan Poe, el gran Stephen King y, por supuesto, Gabriel García Márquez.
Debo decir que mi periodo macondiano, fue el más vergonzoso que pueda recordar, pues exhibía entonces una desvergonzada tendencia a la copia impune. Y justamente en este momento de mi célebre carrera de copioneto, a mi papá se le ocurrió mandar unos cuantos textos míos a un hermano de él, tío mío sin duda, que era periodista. Este tío se los pasó a otro señor, que se supone que sabía más de literatura, y así, un día, me llegó una carta de varias cuartillas, escritas a máquina sobre un papel muy delgado y color cartón, que supongo era el que usaban los viejos periodistas. Tales páginas resultaron ser una crítica a mis cuentos.
El señor no tuvo piedad, amigos. Aquel periodista literario descubrió, puso en evidencia la sombra del maestro colombiano, y además me recomendó que leyera mucho, que incluso dejara de escribir un tiempo y me dedicara a leer. Me puse bravísimo… bueno, estoy usando una palabra elegante… en realidad me puse arrechísimo. Aquel desgraciado no sabía nada, ¿cómo se atrevía? ¡Decirme que dejara de escribir! ¡Qué descaro!
Sin embargo, hice caso… aunque sólo en parte. Porque tomé su consejo de abundante lectura, pero no dejé de escribir.
Muchos años después, le envié mi primer libro, Cuentos de Cabecera, nada más y nada menos que a Armando José Sequera, con quien había intercambiado algunos correos electrónicos. Él, fiel a nuestra medio de comunicación, me devolvió una crítica electrónica a mi libro… Bueno, me puse arrechísimo otra vez, y dije: “¡Qué riñones tiene éste! ¡No entiende nada este carajo!”. Así que ahí tienen, una vez más repitiendo una experiencia literaria, como si fuera la primera vez.
Cabe destacar que unos meses después, me metí en un taller de narrativa con Armando. Es decir, también hice caso. En el taller me siguieron dando coquitos. Creo que todavía tengo la cabeza llena de chichones, pero algo aprendí.
Ahora les quiero hablar, brevemente, de los libros publicados. Mi primer libro fue, como ya dije, Cuentos de Cabecera. Este libro de cuentos fue mi tesis en la Universidad Central de Venezuela, que gracias al cielo, acepta tesis creativas en la carrera de Letras. Este libro fue evaluado y defendido, y terminó recibiendo la mención de “mujer policía”, es decir, se le dio el grado de “tesis distinguida”. Este que les habla, de lo más orgulloso con su mujer policía, se fue a Comala.com y publicó su primer libro. Vieron la luz del mundo unos cincuenta ejemplares (una edición limitada, diremos para adornar), que vendí entre los viejitos de la familia, y algunos amigos que estoy seguro nunca se lo leyeron. ¿Qué se siente publicar por primera vez? Pues en el caso de una edición pagada, se siente en el bolsillo. Y luego, cuando se lo envías a un escritor que luego te lo critica… bueno… ya saben qué se siente. Sin embargo, Cuentos de Cabecera fue mi primer paso, y estuvo bien, no me arrepiento.
Mi segundo libro es El elefante. Fue mi primer premio literario y mi primera publicación sin pagar. El elefante ganó el rimbombante Certamen Mayor de las Artes y las Letras. El premio fue la publicación. Saberme ganador fue motivo de gran contento… ahora, saberme ganador entre quince más por el estado Miranda, y ganador entre otro montón de gente más en todo el país y en distintas categorías hasta completar unos ciento y pico de ganadores, ya no hace que uno esté tan contento. Pero en fin, no debemos quejarnos tanto en la vida.
El libro fue publicado en la colección Cada día un libro. No es un edición cuidada, y no he querido leerlo más, porque cada vez que lo hojeó le encuentro un problema nuevo, tanto de mi redacción como de la edición. Pero en fin, “no debemos quejarnos tanto en la vida”. Gracias a ese libro, di otro paso más en mi celebérrima carrera en el mundo de las letras. Aquí pues, tienen otra primera vez. La primera vez de un libro premiado, que yo no pagué y que la edición no me trajo todas las satisfacciones que hubiera querido.
Luego, mi tercer libro, Postales sub sole, fue premio único en narrativa de la Bienal José Rafael Pocaterra, (disculpen la falta de modestia, pero digo todo esto porque tiene que ver con el tema; en general soy un tipo humilde que se sonroja de nada).
Pues bien, ¡cuánto orgullo el libro y cuánto orgullo el premio! Esta vez para mi solito, lo cual nos lleva a colegir que ésta fue otra primera vez.
Luego, el premio no traía publicación. Así que me di a la tarea de buscar una editorial. Esto, amigos, es parte del oficio del escritor. La cosa no se termina cuando uno concluye un libro. Uno de los asuntos que siguen y que también forman parte del oficio de escritor, es publicar. Así que ésta, es otra primera vez. La primera vez que busqué una editorial que me publicara un libro premiado, y sin que yo tuviera que pagar por ello, y que además fuese una publicación de la que me sintiera orgulloso. Así, buscando aquí y allá, preguntándole a los conocidos en persona y en chat, moviéndome entre la gente, llegué a dar con la editorial que publicó mi libro, del cual, estoy muy contento con el resultado.
No es que no quiera contar más, pero me voy a detener aquí. Cada escritor y cada libro tienen su proceso único, particular, en el camino hacia la publicación; más si uno está comenzando, como yo.
Pues bien, como ven, mi corta historia literaria está plagada de primeras veces con repetición a petición. Y es que en todas partes del mundo -eso por lo menos creo yo-, la carrera de alguien que escribe no es fácil. Uno muerde el polvo una y otra vez, y hasta tropieza con la misma piedra en muchas oportunidades. Pero hay que seguir, porque de lo contrario, no valdría la pena, no tendría sentido, y esto, no se llamaría vida, sino Utopía… y les voy a decir una cosa, no hay nada más imposible que una utopía, y en caso tal que llegara a ser posible, resultaría muy aburrida, amigos, ¿no creen?
Muchas gracias y buenas noches.
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Ponencia presentada en el foro organizado por Relectura, Tres primeras veces (Fundación Chacao, Caracas), el 13/03/2007.

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LOS PREMIOS LITERARIOS
AL DESNUDO

Hay quien dice que en España no se escriben libros sino premios y que el mundillo literario nacional comienza a presentar síntomas de “premiodependencia aguda”. Y dicen más: que hoy, sin premio, apenas hay libros que aguanten en librerías más de tres meses; que algunos editores están abusando de la buena fe del lector; que se escribe pensando más en el premio y menos en la literatura o en el público, y que hay editores y agentes que aconsejan a sus autores que “rebajen” su estilo para llegar a las masas. ¿Exageraciones? ¿Prejuicios infundados? ¿Simples verdades? Tres de los últimos galardonados con premios del prestigio, tradición y cuantía del Biblioteca Breve (Juan Manuel de Prada con El séptimo velo, 30.000 euros), Primavera (Nativel Preciado, con Camino de Hierro, 200.000 euros) y Alfaguara (Luis Leante, con Mira si yo te querré, 175.000 euros) se plantan ante un puñado de preguntas impertinentes sobre “sus” premios y retratan sus novelas.
–¿Cómo le explicarían, en cinco líneas, a los futuros lectores de sus novelas qué son y qué han pretendido con ellas?
Juan Manuel de Prada: Para mí, escribir una novela significa siempre intentar descifrar una verdad humana. En El séptimo velo propongo al lector una búsqueda de la memoria, una reflexión sobre la necesidad del hombre de explicarse quién es, aunque esa explicación sea dolorosa. Es una novela que trata del dolor de conocernos, del dolor que nos procura el pasado, un dolor que sin embargo puede ser purificador y hacernos mejores. Y este objetivo se sirve a través de una historia que mira a los pasajes más tenebrosos de la historia contemporánea, a través de una peripecia llena de amores trágicos, encuentros y desencuentros, traiciones y heroísmos, hijos que buscan a sus padres, seres humanos a quienes el sufrimiento hace a la postre más generosos, sobre el telón de fondo de una época apasionante y convulsa. En El séptimo velo quería también demostrarme que se puede seguir confiando en el poder de la fabulación, en una época en que la literatura se está haciendo cada vez más ombliguista, en la que se está renunciando a narrar grandes historias.
Nativel Preciado: Camino de Hierro (Espasa) es la historia de Paula, una mujer que se ve forzada a emprender un triple viaje (físico, sentimental y espiritual) para cumplir una promesa y sobreponerse a la tristeza que le produce su inesperada soledad. La protagonista se reencontrará con su familia, su pasado personal y el pasado colectivo de una tierra devastada por el odio. He escrito esta novela para dialogar con mis muertos, firmar la paz con mis antepasados y, sobre todo, conmigo misma.
Luis Leante: Con Mira si yo te querré he querido contar una historia de amor imposible: la relación entre dos jóvenes de clases sociales distintas, llena de obstáculos, prejuicios e incomprensión. Rescatar el pasado de una mujer en crisis y tratar de liberarla en una huida hacia ninguna parte. Y utilizar como telón de fondo el abandono vergonzoso de la colonia española del Sáhara Occidental, cuando los ejércitos marroquí y mauritano se lanzaron como hienas a cobrar su presa. Y su presa fueron miles de saharauis que huyeron al desierto abandonando su país, en un éxodo cuyas heridas aún están abiertas…
–¿Qué hace que unos autores como ustedes se presenten a unos premios como los que han obtenido? ¿Creen que les van a perdonar el éxito, o tendrán quizás que fingir alguna enfermedad para hacerse perdonar?
N. Preciado: “Una autora como usted…” No sé que tipo de autora soy. Sé que quiero dedicarme a la literatura cada vez con más intensidad; para eso es bueno abrirse paso, de vez en cuando, de una manera contundente. Espero que ganar este premio me ayude a conseguir mis objetivos. No tengo que pedir perdón. Llevo muchos años demostrando que soy una profesional responsable y competente.
L. Leante: Cuando me presenté al premio Alfagura buscaba cosas que parecen sencillas, pero que con el tiempo llegan a resultar una quimera: publicar en una buena editorial, que el libro llegue al mayor número de lectores, que te abran puertas que has tenido cerradas, que el camino literario tenga menos obstáculos. Y, además, que cuando alguien pregunte por un libro mío pueda aparecer en la base de datos de las librerías. No sé si eso es pedir mucho, tal vez demasiado, pero hasta ahora me había conformado con bastante menos. De todas formas, quien tiene que perdonarme ya me ha perdonado.
J. M. de Prada: Desde adolescente me he presentado a multitud de certámenes literarios. He ganado algunos y perdido muchos. Al premio Biblioteca Breve decidí presentarme porque, después de reflexionar durante años, consideré que Seix Barral era la editorial en la que mejor podía encajar mi literatura. Mi deseo era publicar a partir de ahora todos mis libros en ella e ir recuperando los que tengo dispersos en otras editoriales, a medida que vayan caducando los derechos. Pensé que un buen modo de presentarme en la editorial era concurriendo a su premio; por aquella fecha, además, no tenía agente, y me pareció que hacerlo era como empezar de nuevo. Luego contraté como agente a Antonia Kérrigan, a quien mi decisión le pareció muy acertada. Puesto que ya he conseguido otros éxitos mucho más imperdonables que obtener el Premio Biblioteca Breve no creo que éste me obligue a pedir perdón. Algo que, por supuesto, nunca he hecho y nunca haré.
–Hay quien dice que en España no se escriben libros, sino premios. Exageraciones al margen, y con sinceridad, ¿el mundo literario español comienza a ser “premiodependiente” y, sin premio, no hay apenas libros que puedan sobrevivir en librerías más de tres meses?
J. M. de Prada: Es evidente que las editoriales destinan un cuidado y una promoción a sus premios anuales que no destinan a otras obras. Esto no sé si es bueno o es malo; es, en cualquier caso, una realidad. No creo, sin embargo, que la consecución de un premio garantice a un libro su permanencia en las librerías durante más de tres meses, ni siquiera durante más de quince días. Una de las razones por las que presento mis novelas a premios es porque considero que la editorial va a invertir en su lanzamiento una cantidad y un esfuerzo que quizá no dedicara si el libro se publicara normalmente; y también porque el ganar un premio logras taladrar, aunque sea mínimamente, el cerco del silencio.
N. Preciado: Con perdón (ahora sí) he escrito libros “sin premio” que han alcanzado las diez ediciones y han permanecido en las listas de ventas y en las librerías más de tres meses. Es cierto que era en tiempos más sosegados. Ahora todo es fugaz: la literatura, el cine, la música y, sobre todo, el éxito.
L. Leante: Creo que se está magnificando el papel de los premios literarios en España. Es verdad que hay que quejarse de algo y los premios literarios son una buena excusa para poner el grito en el cielo. Los libros sobreviven en las librerías por razones humanas y casi divinas que son difíciles de explicar. Conozco lectores que jamás leen libros premiados. Y no conozco a ninguno que sólo lea los libros que han recibido un premio. Aunque suene a tópico, cada lector es diferente y, en el mercado literario, hay espacio para premios, para best sellers, libros malditos, libros raros y libros de culto. Hay innumerables premios literarios –y hablo con conocimiento de causa– que pasan sin pena ni gloria por las librerías o que ni siquiera llegan a salir de sus cajas.
–¿Es el premio sólo un mecanismo más del mercado editorial, incluso una perversión, como aseguran algunos críticos o escépticos, que consideran que algunos editores están abusando descaradamente de la buena fe del lector con ellos?
N. Preciado: Ganar un premio literario es tan digno y satisfactorio como ganar cualquier otra competición. No sé por qué algunos están tan obsesionados con desprestigiar los premios literarios y, sin embargo, les parecen respetables los musicales, pictóricos, científicos o deportivos.
J. M. de Prada: No puedo responder a esta pregunta, creo que deberían hacerlo los editores que convocan concursos y premian ciertos libros. Si he de responder por mí, creo poder afirmar con orgullo que nunca he abusado ni abusaré de la buena fe del lector, que cada premio que he ganado es porque así lo ha considerado un jurado que ha estimado mi obra merecedora de ese premio. Y que, desde luego, en cada obra pongo lo mejor de mí mismo, lo mejor que puedo dar en el momento en que fue escrita.
L. Leante: El lector no es estúpido, como algunos pretenden hacernos creer. Los premios cumplen su papel y, con frecuencia, lo hacen dignamente. Lo cierto es que el mercado editorial es cada vez más complicado y a las editoriales les cuesta trabajo abrirse paso entre tanta competencia. El premio es una forma más de llamar la atención del mercado, pero no es la única ni la más vergonzosa. A veces termina por resultar cansina la imagen que nos presentan del lector como el de un ingenuo pececillo que ha picado en el anzuelo de las grandes editoriales. Un lector que se siente defraudado por un libro con la etiqueta de premio difícilmente volverá a picar en ese anzuelo otra vez. Por mucho que pretendamos adoctrinar a los lectores, ellos son los que tienen la última palabra, le pese a quien le pese.
–¿Escribieron las novelas pensando en el premio y en el público de ese premio, más numeroso y tal vez menos exigente que el suyo habitual? ¿Quizá sus editores, o sus agentes, les han insinuado que disminuyeran su ambición literaria en busca de esos nuevos públicos?
L. Leante: Nunca he escrito nada pensando en un premio. Yo pienso en los lectores y en mí. Así ha sido en el caso de esta novela y en todas las demás. No existen fórmulas literarias, o al menos yo no las conozco. Mi único Pepito Grillo, en este caso, he sido yo. No hubo ni sugerencias, ni insinuaciones, ni nada parecido. El libro aparecerá tal y como quedó en el momento de poner el punto y final. Y allí no había ni editor, ni agente, ni nadie que me pudiera sugerir nada. Estaba solo, en una habitación forrada de libros desde el suelo hasta el techo en la que me encerré durante un año para escribir la novela.
J. M. de Prada: Cuando escribí El séptimo velo, como cuando escribí cualquiera de mis libros anteriores, jamás pensé en el premio ni en su público. Responder a esta pregunta me causa un poco de rubor, porque la misma respuesta daría a ella un escritor verdadero y un farsante. Nunca rebajo ni aguo nada cuando escribo, ni admito ese tipo de insinuaciones a las que se refiere. Soy una persona bastante misántropa y poco permeable. También he de decir en honor de mis editores que jamás me han insinuado estos cambalaches, quizá porque conocen la naturaleza de mi vocación, la pasión que pongo en mi trabajo y el grado de convicción en lo que hago.
N. Preciado: Hace años que intentaba escribir esta novela. Cualquiera que la lea se dará cuenta de que no está escrita pensando en premios ni en públicos ni en éxitos. No tengo agente, así que nadie me pide que rebaje o eleve mi ambición literaria. Me gustan los lectores que leen mis libros sin prejuicios ni segundas intenciones.
–¿En esta ocasión han apostado por el relato tradicional, de corte realista, o por la experimentación? Porque otro reproche habitual es la falta de riesgo en este tipo de novelas...L. Leante: La novela es realista, pero tiene una estructura compleja, en mi opinión. La originalidad de la novela no está tanto en la historia como en la manera de ir contándola. Parto del relato clásico para montar una historia sobre un bastidor que trata de ser original. Trato de abrir puertas, una detrás de otra, y luego cerrarlas en el mismo orden sin dejar al lector perdido en el desierto.
N. Preciado: Es tradicional y realista.
J. M. de Prada: No creo en esa dicotomía que plantea. Para mí la literatura es tradición; sólo desde el trampolín de la tradición el escritor puede alcanzar nuevos finisterres expresivos. Eso de ponerse a escribir como si se fuera a descubrir el Mediterráneo me parece una majadería a la que sólo aspiran los escritores pésimos. Otra cosa distinta es que la exigencia de la escritura te lleve a empujar puertas que nunca antes habías empujado. Durante la escritura de El séptimo velo esto me ocurrió en varias ocasiones; pero nunca tuve esa impresión megalómana y en el fondo tan palurda de estar “experimentando”.
–Hay quien considera que la crítica carece en ocasiones de referencias para entender la literatura más joven. ¿Creen que en sus casos, con estas novelas, acertarán, o temen que no puedan evitar los prejuicios sobre su literatura, su persona o el premio?
J. M. de Prada: En este caso, como en casos anteriores, la crítica de mis libros se hace desde los prejuicios. Incluso algún crítico lo ha reconocido explícitamente, en un gesto de sinceridad y de reconocimiento de sus limitaciones que le honra. Esto, antaño, me perturbaba mucho, pero desde que encontré la unidad interior esto ha dejado de preocuparme y me parece una bagatela. Yo sé quien soy y sé que también hay lectores que lo saben; también sé lo que para mí significa escribir, y lectores que lo reconocen al leerme. En ese fondo del que nace mi escritura casi ningún crítico penetra, no puede penetrar en realidad, así que es natural que se enzarce en la bagatela de los prejuicios.
L. Leante: No lo sé. Cada crítico es un mundo, supongo. Hasta ahora la crítica se ha fijado muy poco en mí. Y no quiero que parezca un lamento. Cuando un autor tiene poca proyección y sus libros son casi rarezas, los críticos suelen ser benévolos. Hasta ahora no he recibido ni una crítica mala. Todo lo contrario. Lo que pueda ocurrir a partir de aquí es una incógnita. Pero ni antes subí al Olimpo por los ecos de las críticas, ni ahora me hundiré en el Averno por las malas críticas. Si a algo he aprendido en estos años de travesía, es a tener los pies sobre la tierra.
N. Preciado: Supongo que, como siempre, habrá críticos que respeten mi novela y otros que la maltraten o la ignoren. Que acierten o no es una consideración demasiado subjetiva. No me interesa rebatir las suspicacias sobre el premio o mi persona. Decía Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
–¿Qué les parecen, como lectores, los autores que le acompañan en estas páginas?
J. M. de Prada: A Luis Leante lo llevo leyendo muchos años, coincidimos como concursantes en muchos premios más o menos municipales o espesos. Creo que es un escritor muy dotado, a quien por fin se reconocen sus méritos; estoy seguro de que le aguarda el éxito. A Nativel Preciado la conozco tan sólo en su faceta de periodista; una periodista de increíble sensibilidad y penetración, con un gran conocimiento de la naturaleza humana, muy perspicaz y brillante; estoy convencido de que estas virtudes, multiplicadas, comparecerán en su novela.
N. Preciado: Una digna compañía literaria.
L. Leante: Nativel Preciado me parece una escritora todoterreno. Leí su novela Bodas de Plata (Planeta, 2003) y me pareció estupenda. Creo que tiene oficio y garra. ¿Se necesita mucho más? En una ocasión estuvimos espalda con espalda en un aeropuerto, pero no me atreví a decírselo. Y en cuanto a Juan Manuel de Prada, lo he leído todo desde que salieron sus Coños en Valdemar (1996). Tengo sobre la mesa su última novela y la iba a comenzar a leer, pero el premio Alfaguara me lo ha impedido. Es un escritor cuajado, con oficio, sensibilidad y con mucha eficacia al contar una historia. Él ya no se acordará, pero hace más de diez años fui su chofer en Murcia cuando salimos con Rosa Regás a tomar unas copas, después de no sé qué acto literario. Soy un lector incondicional suyo, con o sin premio.
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Tomado de El Cultural.es (España)¸de fecha 23/03/2007 y proporcionado por abastodenoticias.com del mismo día.
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EL BOCHORNO DEL ESCRITOR

Rafael Tapounet



En el ranking mundial de experiencias humillantes, el poeta británico Simon Armitage (al lado, en la imagen) ocupa sin duda un lugar destacado. Invitado a presentar uno de sus libros en una pintoresca ciudad inglesa, Armitage se encontró leyendo sus versos en una caravana instalada en medio de un gran aparcamiento a través de un sistema de megafonía de juguete de Fisher-Price. Antes, el organizador del acto le había presentado como Simon Armriding a la decena escasa de asistentes, uno de los cuales, sentado en primera fila, se quedó dormido y padeció un sonoro episodio de aerofagia durante la lectura de un poema sobre la muerte. Tras la penosa velada literaria, el organizador llevó a Armitage a cenar a un restaurante, a condición de que no pidiera un plato de más de cinco libras, y le ofreció pernocta en casa de un amigo, que resultó ser... el caballero amodorrado de los gases inoportunos.
La hilarante peripecia de Armitage aparece relatada con detalle en un delicioso libro de título explícito Mortification. Writers' stories of their public shame que el también poeta Robin Robertson editó hace tres años. En él, una setentena de escritores contemporáneos recrea otros tantos momentos sonrojantes relacionados con la exposición pública de su quehacer literario. La serie de pequeñas catástrofes allí descritas –auditorios completamente vacíos, espectadores hostiles y vociferantes, autores borrachos, presentadores que desconocen hasta el nombre del protagonista del acto, apremios fisiológicos diversos–, nos conduce a la inevitable conclusión de que, como apunta con lúcida flema John Lanchester, “todas las presentaciones de libros tienen una tendencia natural hacia el desastre”.
Decidido a evitar ese ritual de humillación pública, el inglés Ian McEwan ha suscrito un contrato con la cadena de librerías estadounidense Powell's Books para promocionar su última obra, On Chesil Beach, a través de una película dirigida por Doug Biro, un experimentado realizador de videoclips musicales. Se ahorra de este modo una fatigosa gira por Estados Unidos y la obligación de mantener contacto personal con los imprevisibles lectores. Y, acaso lo más importante, nadie le hará pasar la noche en casa de un narcoléptico flatulento.
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Tomado de El Periódico.com del 23/03/2007 y suministrado por abastodenoticias.com de la misma fecha.
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Rafael Tapounet es un periodista catalán, responsable de la información cultural de El Periódico de Catalunya.

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Los suecos que reinventaron
el género negro


Maj Sjöwall (1935) y Per Wahlöö (1926-1975) –en la imagen–, escribieron, entre 1965 y 1975, diez novelas policiacas, protagonizadas por el subinspector Martin Beck, que revolucionaron el género negro nórdico e influyeron en toda Europa. El comisario Wallander, de Henning Mankell, recuerda bastante a Beck.
Algunos de sus títulos, como El alegre policía, El maniaco, Un ser abominable, La habitación cerrada o El hombre que se esfumó, fueron publicadas en España en los años setenta por Noguer. Más tarde, también Bruguera y Versal lanzaron otros. Pero es ahora, por primera vez, cuando se publican los diez por orden cronológico, tal como había planificado la pareja sueca. Y eso es importante porque deben leerse como una larga novela de 300 capítulos. La editorial que ha aceptado el reto es RBA, que sacará un título por año. El primero, Roseanna, ya está en las librerías. El objetivo de Sjöwall y Wahlöö era utilizar los recursos de la novela policíaca para describir su sociedad desde un punto de vista crítico: no era oro todo lo que relucía en la idílica Suecia del bienestar y la socialdemocracia.
Maj Sjöwall ha estado en Barcelona para participar en BCNegra. Su historia es fascinante. Los dos eran periodistas, los dos eran de izquierdas, los dos se apuntaron al Partido Comunista y ambos lo dejaron en 1969. “Seguíamos siendo de izquierdas, pero ya no nos sentíamos identificados con el PC”.“Per y yo nos conocimos en 1962 y enseguida fuimos más que amigos. Per estaba casado, nos escribíamos cartas y nos encontrábamos en bares de periodistas. Él estaba escribiendo dos crónicas sobre la política española y además tenía que entregar una novela en dos semanas. Cada día me dejaba en el bar el manuscrito con dos o tres folios en blanco al final para que los acabara yo”.
Así supieron que podían trabajar juntos y emprendieron su aventura literaria. “Teníamos las mismas ideas y queríamos escribir novelas duras y críticas, nada burguesas, pero que también atraparan al lector; que fueran fáciles y asequibles. La primera idea se nos ocurrió un día que estábamos dando un paseo en barco por el canal que va de Estocolmo a Gotemburgo. En la cubierta iba una chica norteamericana de 20 o 25 años muy guapa. Per no paraba de mirarla y yo le dije: Vamos a matarla".
Así nació Roseanna. Una joven estadounidense de viaje por Europa es violada con ensañamiento y estrangulada. Su cuerpo hallado en un canal. La policía de Motala, la localidad más próxima, no logra saber nada, y el subinspector Beck y sus compañeros Kollberg y Melander son enviados desde Estocolmo, aunque tampoco consiguen resolver el caso. Tardarán seis meses en averiguar qué sucedió: el espantoso encuentro entre una mujer partidaria del amor libre y un puritano enloquecido. La novela está llena de guiños. Por ejemplo, en el tercer párrafo aparece un turista vietnamita. “¡Un turista vietnamita en Suecia en 1965! Ni pensarlo. ¡Era obligatorio estar en contra de la guerra de Vietnam!”
Martin Beck ingresó en la policía en los años cuarenta, cuando tenía 21. Se pasó seis patrullando como agente. Luego se inscribió en un curso para ser subinspector y quedó entre los mejores de su promoción. Es tozudo y no se exalta fácilmente. Es muy nervioso. Desde 1950 está casado con Inga, pero su matrimonio no funciona. Tienen dos hijos. Fuma demasiado, come muy poco, se resfría a menudo, tiene constantes dolores de estómago y duerme mal. Es tan cotidiano y normal como Wallander, antihéroes.
Pero entre sus generaciones hay una gran diferencia. Beck y sus colegas estaban convencidos de que el mundo podría cambiar. Para Wallander, el panorama es mucho más sombrío.“Después de la Segunda Guerra Mundial, de Hiroshima, teníamos la esperanza de un mundo mejor. Ahora ya no queda lugar para la esperanza. Per y yo vivimos el gran impulso del estado de bienestar en los cincuenta, pero ya en los sesenta se empezó a resquebrajar, y esto es lo que quisimos contar en nuestras novelas. Suecia sigue siendo un país fantástico, modélico, limpio, de grandes bosques, de buena y abundante agua..., pero hay que llevar a los niños a escuelas privadas porque las públicas no funcionan. Suecia se está vendiendo a las multinacionales y los políticos ya no tienen ningún poder de decisión”.
Per Wahlöö murió poco antes de la aparición de la última novela de la serie, The terrorists, en 1975. “Y tres meses antes de la muerte de Franco. Fue una pena. En los cincuenta estuvo en España para escribir unos artículos. Las autoridades franquistas lo expulsaron”.
Sjöwall volvió a su trabajo de traductora tras la muerte de su marido. Traduce del danés, del noruego, del alemán y del inglés al sueco. Tiene un gran prestigio. Los libros de Martin Beck han sido traducidos a más de 30 idiomas y de cada uno de ellos se ha vendido más de un millón de ejemplares.
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Tomado de la edición digital del suplemento El País Literario, del diario español El País (16/03/2007) y suministrado por abastodenoticias.com de la misma fecha.

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Tarragona recuerda
al poeta José Barroeta


El desaparecido poeta venezolano José Barroeta (izq.) recibió ayer un homenaje en el Museu d'Art Modern de Tarragona que sirvió para presentar su poesía completa, publicada por Candaya.
Todos han muerto - Poesía completa (1971-2006) recoge la obra poética completa (incluido el inédito y esperado Elegías y olvidos) de José Barroeta, una de las voces más profundas y turbadoras de la poesía hispanoamericana contemporánea. En Venezuela, la crítica literaria coincide en considerar la publicación de este libro, tercera obra poética completa de un autor venezolano que se publica en España, como “el acontecimiento literario del año”.
La presentación del libro y homenaje al poeta, que contó con la presencia de su hija Isabel Barroeta, reunió a gran cantidad de poetas, profesores y escritores del Camp de Tarragona como Anabel Sáiz, Manolo Rivera, Alfredo Gavín, Ramón García Mateos, Juan López-Carrillo, Juan González Soto, Diómedes Cordero, Rodolfo Häsler, Carlos Vitale, Manuel Fuente, Ramón Oeto y la editora Olga Martínez Dasi.
En el Museu d'Art Modern de Tarragona se recordó la figura de un poeta que murió el pasado mes de junio, cuatro días antes de la publicación de este libro que incluye un compacto –como todos los que edita Candaya– con la voz del poeta recitando algunos fragmentos de su obra.
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Tomado del DiariodeTarragona.com, del 17 de marzo de 2007. Proporcionado por abastodenoticias.com de la misma fecha.
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SITIOS WEB RECOMENDADOS

Planeta narrativo. Conmemorando los 70 años de la muerte del escritor estadounidense Howard Philip Lovecraft, publicamos su cuento Dagón.
Letralia. Una excelente entrevista de Juan Ensuncho Bárcena con el escritor español Antonio Muñoz Molina. En Letralia, No. 160, del 19/03/2007.
Ciudad Seva. Se adicionó al notable archivo de cuentos de este sitio del escritor puertorriqueño Luís López Nieves el relato Es que somos muy pobres de Juan Rulfo.
La duda melódica. Blog del escritor venezolano Luís Barrera Linares. Artículo de esta semana: Literatura de (j)aula.
Prosoema. Blog dedicado a la literatura para niños y jóvenes, a cargo de los escritores Luiz Carlos Neves y Armando José Sequera. Esta semana presenta un ensayo de Gianni Rodari titulado “La imaginación en la literatura infantil”.
Hojas de lluvia. Blog de los escritores José Gregorio Bello Porras y Armando José Sequera. Reaparece este espacio destinado a presentar comentarios inusuales sobre temas de la vida. En el nuevo número: El mundo de las cosas perdidas (Bello Porras) y Creadores y destructores (Sequera).
Lulú.com. Te invito a comprar y leer el libro Instantes de claridad, de José Gregorio Bello Porras. Un compendio de 365 aforismos del autor que inspiran ideas de optimismo, valor y deseos de vivir a plenitud.