viernes, 21 de marzo de 2008


Esta edición es perezosa. Pero la he hecho yo, no el oso de la foto, en días de vacaciones y por eso es más breve que la de la semana pasada. No quise pasar de una cuartilla en total, debido a que existe en Venezuela una superstición según la cual, si uno trabaja en Viernes Santo –y hoy lo es-, se convierte en pez. Como yo ya tengo algo de habitante de los mares, pues mi signo zodiacal es Piscis, no quiero agregar a emi vida el segundo pez, el que viene en dirección contraria. De allí, estos textos breves, uno mío y el otro ajeno.
El mío pertenece a mi libro inédito
El último rastro del fuego y el ajeno al escritor argentino Enrique Anderson Imbert. El cuento que elegí de él me parece uno de los mejores minicuentos que se han escrito: "Tabú"
_______________________
LITERATURA DE EVASIÓN


Por ventura de la metempsicosis, Joao, el orangután, sabía escribir. Sus textos, sin embargo, no merecían el favor de los críticos literarios, quienes los etiquetaban como “literatura de evasión”.
Sin embargo, uno de tales críticos, trocado en empresario de circo, lo encerró en una jaula guarnecida de robustos barrotes, con apenas una claraboya para asumir que no todo el cielo culminaba en el techo.
Pese a que la actividad literaria de Joao era incesante y metódica, su captor no objetó el prejuicio de sus colegas y nada hizo por darla a conocer, excepto como curiosidad circense: diariamente, la fila de personas que pagaban por ver al orangután, sentado ante un computador personal, le dejaba ganancias parasitarias, como ningún otro autor de quien se hubiera ocupado.
Entre los visitantes abundaba el comentario acerca de la pulcritud de la jaula, el modelo de computador que Joao utilizaba –que era de última generación–, y la montaña de originales que se apilaba al fondo de la reducida prisión. Algunos opinaban sesudamente sobre el estilo literario del orangután –sin haber leído nada suyo y apoyándose en notas de prensa que sólo conocían de oídas–. Otros proponían que se censurasen los escritos de Joao, tanto si iban a ser publicados como si no.
Un psicólogo que aparecía en la televisión, en horario para amas de casa, catalogó el fenómeno de hipergrafía, en tanto un sacerdote católico lo tildó de espectáculo demoníaco. Ambos –junto a un astrólogo, una escritora de novelas rosa y un veterinario de zoológico–, integraron un panel televisivo que discutió intermitentemente, entre avisos publicitarios multicolores y chillones, acerca de lo que Joao significaba para el mundo contemporáneo. El sacerdote logró desviar la discusión hacia la machacada disputa entre el darwinismo y el creacionismo y al final del programa llamó un espectador para proponer a Joao como candidato a Presidente.
Una mañana de primavera, de esas que sólo valoran los que están en prisión, la jaula despertó vacía: Joao le había dado la razón a los críticos literarios y, apilando uno sobre otro todos sus manuscritos, escapó por la claraboya.
__________________
TABÚ

Enrique Anderson Imbert


El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:
-¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
-¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado.
Y muere.