sábado, 15 de septiembre de 2007

INDEFINICIONES DE AMOR


Aunque con frecuencia se ha afirmado que el amor es indefinible -y quizás, precisamente, por ello-, cientos de escritores y pensadores de todos los tiempos han tratado de definirlo. Tal profusión de definiciones, sin embargo, en lugar de aclarar el tema no ha hecho otra cosa que confundirlo, oscurecerlo y hacer que en verdad parezca indefinible.
Prueba de ello es que si se hace un recorrido por las definiciones y reflexiones que aquellos han hecho para tratar de establecer lo que es el amor, es poco lo que se aprende y mucho lo que se siente que falta por aprender al respecto.
El Duque François de la Rochefoucauld, moralista francés del siglo XVII, dudaba que el amor existiera y decía en su obra Máximas Morales: "Con el amor verdadero pasa lo que con las apariciones de los espíritus. Todos hablan de ellas, pero muy pocos las han visto".
Su contemporáneo, el poeta, crítico y dramaturgo inglés John Dryden, también dudaba que el amor habitase en la vida cotidiana. Debido a ello señaló en el prólogo de una de sus piezas teatrales lo siguiente: "Gracias sean dadas al cielo, pues vivimos en una edad es que nadie muere de amor, excepto en el teatro".
En cambio, el escritor español Benito Pérez Galdós, consideraba que el amor sí existe, pero no la parafernalia que supuestamente lo acompaña; por tal motivo, afirmó:"El verdadero amor, el sólido y durable, nace del trato; lo demás es invención de los poetas, de los músicos y demás gente holgazana".
Para otros autores españoles anteriores a Pérez Galdós, el amor era ambivalente. Según Raymundo Lull, el escritor catalán que vivió entre los siglos XIII y XIV: "Amor es aquello que a los que están libres reduce a esclavitud y a los esclavos pone en libertad".

Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, también consideraba al amor como ambivalente, pues apuntó en esa obra: "Amor es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una deleitable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte".
Por su parte, el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge entendía que la totalidad de los componentes de la existencia están al servicio del amor y por eso escribió: "Todos los pensamientos, todas las pasiones, todos los placeres, todo lo que estimula nuestra mortal existencia, todos son ministros del amor y atizadores de su sagrada llama".
En contraposición, ha habido quienes han considerado al amor como una enfermedad y hasta como un crimen. El dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca, por ejemplo, en su obra El mayor monstruo, los celos, dice a través de uno de sus personajes: "Que cuando amor no es locura, no es amor". Entretanto, el francés Charles Baudelaire, dio al amor categoría delictiva, cuando con su habitual humor ácido dijo que "Lo irritante del amor es que se trata de un crimen que requiere un cómplice".
Otro dramaturgo, el inglés John Fletcher, y el escritor ruso León Tolstoi -aunque nacidos con una diferencia de casi dos siglos-, coincidieron al estimar que el amor es lo máximo a que el hombre puede aspirar en la vida.
Tolstoi afirmó, a fines del siglo XIX: "En el sentimiento del amor existe algo singular capaz de resolver todas las contradicciones de la vida y de dar al hombre aquella felicidad total cuya consecución es el fin de la vida". John Fletcher había sido de la misma idea, pero lo había dicho de una manera humorística, en el cuarto acto de su obra La Reina de Corinto: "El amor puede hacer ladrar en verso a un perro".
Algo similar apuntaron, desde puntos de vista diferentes, la escritora francesa Madame de Staël y Santa Teresa de Jesús. Madame de Staël señaló, en su novela Corinne que el amor "es, sin duda alguna, lo que puede hacer comprender la eternidad; el amor confunde todas las nociones del tiempo, borra las ideas de principio y de fin; cree haber amado siempre al objeto querido. ¡Tan difícil parece el imaginar que se haya podido vivir sin él".
Teresa de Jesús, en su Respuesta a la pregunta: ¿qué es amor? establece que "Si en medio de adversidades/ persevera el corazón/ con serenidad, con gozo/ y con paz, esto es amor".
El más célebre científico español, el médico Santiago Ramón y Cajal (Premio Nóbel de Medicina en 1906), quien además era un excelente ensayista, apuntó alguna vez que "Obedecer al amor es mostrarse sensible a la voz angustiosa de los gérmenes que piden turno en el banquete de la vida".
Sin ser científicos, los escritores Ippolito Nievo, de Italia, y Stendhal, de Francia, definieron al amor de un modo botánico: Para Ippolito Nievo: "El amor es una hierba espontánea y no una planta de jardín", en tanto para Stendhal: "El amor es una deliciosa flor; pero es preciso tener el valor de ir a cogerla del borde mismo de un horrible precipicio".
El historiador y predicador inglés del siglo XVII, Thomas Fuller tenía una idea muy materialista del amor y por ello afirmaba: "Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor se escapa saltando por la ventana".

Quizás esa misma idea del amor como un instrumento económico, fue la que animó a mediados del siglo XX, a un anónimo campesino estadounidense a colocar el siguiente anuncio en un diario de su región: "Campesino, 38 años de edad, desea relacionarse con dama de unos treinta, que tenga un tractor. Favor enviar fotografía del tractor".

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