viernes, 6 de julio de 2007

Venezuela, 6 de junio de 2007

NUEVA FÁBULA
DE LA LIEBRE Y LA TORTUGA


Armando José Sequera



Por si quedaba alguna duda de su capacidad corredora, en la primera ocasión que tuvo, la tortuga retó a la liebre a una segunda carrera.
A sus oídos habían llegado los rumores acerca de que su triunfo había sido obra de la casualidad y de la excesiva confianza que, en sí misma, tenía la liebre.
–Todos dicen que te gané la vez pasada –dijo la tortuga–, porque te quedaste dormida, pero te voy a demostrar que igual te habría ganado, pues soy más rápida que tú.
La liebre, aunque asombrada por este desafío, aceptó volver a competir contra la tortuga, esperanzada de recuperar su prestigio de animal veloz.
A una mariposa que pasaba por el lugar le pidieron que hiciera de juez de salida y todo quedó arreglado para una hora más tarde, antes de que llegase el asolador mediodía.
Durante esa hora, el lugar se fue llenando de animales que querían presenciar lo que la zorra promocionó como “la revancha del siglo”, no sólo para cobrar entradas sino para propiciar apuestas.
Entretanto, la tortuga y la liebre se ejercitaron y estiraron sus músculos.
Cada una hizo cuanto sabía de gimnasia y ejercicios de calentamiento, sin dejar por eso, en ningún momento, de vigilar a la otra.
Por cierto, la tortuga se veía cómica mientras hacía flexiones, pues su caparazón apenas se doblaba.
El conejo tuvo problemas con sus orejas, que se le venían hacia adelante, pero los solucionó amarrándolas alrededor de su cabeza como una vincha.
Media hora antes de la competencia y por solicitud de la mariposa, el caracol trazó una raya gris a lo ancho del camino, para señalar desde dónde saldrían los competidores.
Llegado el momento de la competencia y, sin decir una palabra pues sólo pensaba en vencer a la tortuga, la liebre se colocó en el punto de partida.
La tortuga demoró varios minutos en acomodarse a su lado.
La mariposa dio la señal de salida y esta vez la liebre no se confió de su velocidad como la vez pasada.
Con los primeros saltos se colocó en la delantera, en tanto la tortuga decía para sí:
–Seguro que la paso más adelante, soy más veloz que ella –pero apenas avanzó unos centímetros más rápido que de costumbre.
La liebre, entretanto, corrió y corrió, sin detenerse, y, cinco minutos después, avistó la meta.
Ésta era una ligera elevación del suelo, que ambas habían convenido en señalar como el punto final de la competencia.
De nuevo, la liebre sintió la tentación de echarse a descansar y burlarse de su rival, rebasándola tras concederle una fugaz ventaja: la tortuga no se veía venir ni poniéndose una mano en la frente y arrugando la cara para poner chiquiticos los ojos.
Seis horas después, llegó la tortuga.
Lo hizo cuando el sol casi había terminado su recorrido y se disponía a salir por la puerta del horizonte, para ir a iluminar otros mares, otros continentes.
La liebre estaba dormida, sí, pero sobre un podio como el de las competencias olímpicas, que ella y varios de los asistentes habían tenido tiempo de fabricar, mientras esperaban a la tortuga.
De hecho, todos los espectadores que habían asistido a la partida, hacía horas que esperaban aburridos, en los alrededores de la meta, el término oficial de la competencia.
La mariposa ya había recorrido todas las flores del entorno y revoloteaba impaciente, para declarar vencedora a la liebre.
Apenas vio aquello, la piel de la tortuga, habitualmente verde, cambió a roja, como un semáforo que trata de detenernos.
La algarabía despertó a la liebre, que se sentó en el podio sobre sus patas traseras.Nada más verla, la tortuga metió su cabeza en el caparazón y se retiró del lugar caminando de espaldas.

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