sábado, 31 de marzo de 2007

CARAVASAR No. 22


ÍNDICE

Un narrador en la intimidad. Roberto Bolaño.
El arte de escribir cuentos. Roberto Bolaño.
2666 de Roberto Bolaño. Daniela Herrera.
Gao Xingjian: "La apertura económica no supone libertad de expresión". Matías Néspolo.

Carlos Fuentes: "Me gustaría una lengua menos beata". María Paulina Ortiz.
El vendedor de libros. Arturo Pérez Reverte.
Las mejores cien novelas de la lengua española de los últimos 25 años.
Muñoz Molina elude el cambio de la definición de gallego como tonto.
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UN NARRADOR EN LA INTIMIDAD

Roberto Bolaño


Mi cocina literaria es, a menudo, una pieza vacía en donde ni siquiera hay ventanas. A mí me gustaría, por supuesto, que hubiera algo, una lámpara, algunos libros, un ligero aroma de valentía, pero la verdad es que no hay nada.
A veces, sin embargo, cuando soy víctima de irrefrenables ataques de optimismo (que finalizan, por otra parte, en alergias espantosas) mi cocina literaria se transforma en un castillo medieval (con cocina) o en un departamento en Nueva York (con cocina y vistas de privilegio) o en una ruca en los faldeos cordilleranos (sin cocina, pero con una fogata). Metido en estos trances generalmente hago lo que hace toda la gente: pierdo el equilibrio y pienso que soy inmortal. No quiero decir inmortal literariamente hablando, pues esto sólo lo puede pensar un imbécil y a tanto no llego, sino literalmente inmortal, como los perros y los niños y los buenos ciudadanos que aún no se han enfermado. Por suerte, o por desgracia, todo ataque de optimismo tiene un principio y un final. Si no tuviera final, el ataque de optimismo se convertiría en vocación política. O en mensaje religioso. Y de ahí a sepultar libros (prefiero no decir “quemarlos” porque sería exagerar) hay un solo paso. Lo cierto es que, al menos en mi caso, los ataques de optimismo se acaban, y con ellos se acaba la cocina literaria, se desvanece en el aire la cocina literaria, y sólo quedo yo, convaleciente, y un ligerísimo aroma de ollas sucias, platos mal rebañados, salsas podridas.
La cocina literaria, me digo a veces, es una cuestión de gusto, es decir es un campo en donde la memoria y la ética (o la moral, si se me permite usar esta palabra) juegan un juego cuyas reglas desconozco. El talento y la excelencia contemplan, absortas, el juego, pero no participan. La audacia y el valor sí participan, pero sólo en momentos puntuales, lo que equivale a decir que no participan en exceso. El sufrimiento participa, el dolor participa, la muerte participa, pero con la condición de que jueguen riéndose. Digamos, como un detalle inexcusable de cortesía.
Mucho más importante que la cocina literaria es la biblioteca literaria (valga la redundancia). Una biblioteca es mucho más cómoda que una cocina. Una biblioteca se asemeja a una iglesia mientras que una cocina cada día se asemeja más a una morgue. Leer, lo dijo Gil de Biedma, es más natural que escribir. Yo añadiría, pese a la redundancia, que también es mucho más sano, digan lo que digan los oftalmólogos. De hecho, la literatura es una larga lucha de redundancia en redundancia, hasta la redundancia final.
Si tuviera que escoger una cocina literaria para instalarme allí durante una semana, escogería la de una escritora, con la salvedad de que esa escritora no fuera chilena. Viviría muy a gusto en la cocina de Silvina Ocampo, en la de Alejandra Pizarnik, en la de la novelista y poeta mexicana Carmen Boullosa, en la de Simone de Beauvoir. Entre otras razones, porque son cocinas que están más limpias.
Algunas noches sueño con mi cocina literaria. Es enorme, como tres estadios de fútbol, con techos abovedados y mesas interminables en donde se amontonan todos los seres vivos de la tierra, los extinguidos y los que dentro de no mucho se extinguirán, iluminada de forma heterodoxa, en algunas zonas con reflectores antiaéreos y en otras con teas, y por supuesto no faltan zonas oscuras en donde solamente se vislumbran sombras anhelantes o amenazantes, y grandes pantallas en las cuales se observan, con el rabillo del ojo, películas mudas o exposiciones de fotos, y en el sueño, o en la pesadilla, yo me paseo por mi cocina literaria y a veces enciendo un fogón y me preparo un huevo frito, incluso a veces una tostada. Y después me despierto con una enorme sensación de cansancio.
No sé lo que se debe hacer en una cocina literaria, pero sí sé lo que no se debe hacer. No se debe plagiar. El plagiario merece que lo cuelguen en la plaza pública. Esto lo dijo Swift, y Swift, como todos sabemos, tenía más razón que un santo. Así que este punto queda claro: no se debe plagiar, a menos que desees que te cuelguen de la plaza pública. Aunque a los plagiarios, hoy en día, no los cuelgan. Por el contrario, reciben becas, premios, cargos públicos, y, en el mejor de los casos, se convierten en best-sellers y líderes de opinión. Qué término más extraño y feo: líder de opinión. Supongo que significará lo mismo que pastor de rebaño, o guía espiritual de los esclavos, o poeta nacional, o padre de la patria, o madre de la patria, o tío político de la patria.
En mi cocina literaria ideal vive un guerrero, al que algunas voces (voces sin cuerpo ni sombra) llaman escritor. Este guerrero está siempre luchando. Sabe que al final, haga lo que haga, será derrotado. Sin embargo recorre la cocina literaria, que es de cemento, y se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir cuartel.
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Publicado por Revista Ñ. Clarín, Buenos Aires, el 25.03.2001.
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Tomado del excelente sitio
www.ddooss.org de la Asociación de amigos del arte y la cultura de Valladolid.
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EL ARTE DE ESCRIBIR CUENTOS

Roberto Bolaño

Como ya tengo 44 años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos...


1) Nunca abordes los cuentos de uno en uno; honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.
2) Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.
3) Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.
4) Hay que leer a Quiroga, a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.
5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.
6) Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.
7) Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautíer, ni de Nerval!
8) Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob; sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.
9) La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.
10) Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.
11) Libros y autores altamente recomendables: De lo Sublime del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; la antología de Spoon River de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares de Vila Matas.
12) Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.
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Texto escrito en 1997. Publicado en Noviembre, 2001, en el diario El País de Uruguay.
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Tomado del sitio
www.letrasdechile.cl
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Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile en 1953, pero pasó su infancia en ciudades como Los Ángeles, Valparaíso, Quilpue, Viña del Mar y Cauquenes. A los 13 años, se trasladó con su familia a México. Vivió su adolescencia concentrado en la lectura, encerrado durante horas en una biblioteca pública de Ciudad de México. En 1973, decidió volver a Chile con el propósito de apoyar el proceso de reformas socialistas de Salvador Allende. Tras un largo viaje en autostop y en barco por Suramérica, su llegada a Chile fue pocos días posterior al golpe de Estado protagonizado por Augusto Pinochet, por lo que decidió unirse a la resistencia contra el nuevo orden dictatorial. Pocos días después fue detenido cerca de Concepción y liberado luego de ocho días, gracias a la ayuda de un antiguo compañero de estudios en Cauquenes que se encontraba entre los policías que debían custodiarlo.
Regresó nuevamente a México, donde junto al poeta Mario Santiago Papasquiaro fundó el movimiento poético infrarrealista, que, surgido a partir de reuniones y tertulias en el Café La Habana de la calle Bucarelli, se opuso radicalmente a los poderes dominantes en la poesía mexicana y al establishment literario mexicano. Luego emigró a España, concretamente a Cataluña, donde ya vivía su madre. Allí desempeñó diversos oficios —vendimiador en verano, vigilante nocturno de un camping en Castelldefels, vendedor en un almacén de barrio— antes de poder dedicarse por completo a la literatura. En 1998, ganó el Premio Herralde de novela, gracias su obra Los detectives salvajes, por la que también obtuvo el Premio de Novela Rómulo Gallegos, al año siguiente. En 2004, un año después de su muerte, obtuvo el premio Salambó a la mejor novela escrita en castellano, por 2666. Bolaño se presenta en algunas de sus obras (como Los detectives salvajes, Amuleto, Estrella distante o 2666) como su alter ego, Arturo Belano. También aparece retratado en las novelas Soldados de Salamina de Javier Cercas y en Mantra de Rodrigo Fresán. Falleció el martes 14 de julio de 2003 en el hospital Valle de Hebrón de Barcelona, tras pasar diez días en coma como consecuencia de una insuficiencia hepática. Dejó inconclusa la novela 2666, en la cual llevó al extremo su capacidad fabuladora, esta vez en torno a un personaje que retoma la figura del escritor desaparecido Benno von Archimboldi.
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2666. Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, España, 2004.

Daniela Herrera

A pesar de ser una novela voluminosa, 2666 no es una historia conclusa. Se podría decir que es una fábula abierta. A la muerte de Bolaño, el crítico español Ignacio Echeverría y el escritor argentino Rodrigo Fresán recibieron instrucciones de dividir la novela en cinco obras más pequeñas, que se editarían separadamente. Pero los amigos de Bolaño decidieron obviar sus requerimientos para finalmente editar un libro de más de mil páginas. Puede que esto haya influido en el precio exorbitante que exhibió durante sus primeros días en librerías (algo más de 30 mil pesos), un precio que pocos podían pagar.
Leer se puede transformar en un escape para chicos aburridos o para gente aproblemada que encuentra en los libros lugares más seguros que los que habitan comúnmente. 2666 fue definida por Fresán como “una playa donde pasean otras cinco novelas” y vaya playa que es. Se puede nadar en un mar violento sin tener que ahogarse, dar un paseo tranquilo por la orilla, emborracharse en la arena o mirar la puesta de sol tomado de la mano. Es un mundo que se compone no sólo de las cinco novelas interiores, sino también del último libro del último escritor chileno.
Todo comienza por la obsesión de cuatro críticos literarios por un escritor alemán llamado Benno von Archimboldi, de quien poco y nada se sabe. De ahí, la historia toma otro rumbo cuando un dato los lleva a la ciudad de Santa Teresa, donde supuestamente se ha encontrado una pista del alemán. Santa Teresa es la ciudad imaginaria donde ocurre el resto de los hechos que se intercalan con asesinatos de mujeres del lugar y un exiliado chileno, que es el protagonista de la segunda novela. Todo ocurre en la ciudad inventada por Bolaño, donde también va a parar Fate, un periodista de Nueva York que anda en busca de una pelea de box. Ahí se reúnen los protagonistas de las tres novelas anteriores. La cuarta novela trata de los crímenes de Santa Teresa; las mujeres mueren a vista y paciencia de las Instituciones y es ahí donde se instala el abismo de las novelas de Bolaño; abismo que lo perseguía desde el momento en que supo que la enfermedad que finalmente lo mató, lo estaba alcanzando.
Bolaño fue una fábula en sí mismo. No hablaba mucho sobre él, pero amaba mitificar a otros. 2666 es un ladrillo –literal y metafóricamente hablando–, del mundo que Bolaño creó. Una realidad alternativa compuesta de instantes que, en conjunto, crean una monstruosidad, un monumento tan grande que es como mirar el mar cuando niño: produce una mezcla de fascinación y miedo a la vez.
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Daniela Herrera es una periodista chilena. Para el momento de elaborar esta nota, trabajaba para la revista Zona de contacto, del diario El Mercurio. Este breve texto corresponde a un texto suyo más extenso titulado El lector de los suburbios. Fecha de aparición: 01/06/2006.
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Si aún no te has podido asomar a esta formidable novela de Roberto Bolaño, puedes leer sus primeras páginas en la siguiente dirección:
http://www.clubcultura.com/clubcultura/robertobolano/adelantopdf.pdf
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Entrevista a Gao Xingjian
“LA APERTURA ECONÓMICA
NO SUPONE LIBERTAD DE EXPRESIÓN”


Matías Néspolo

Defensor de la libertad del individuo frente al poder y las ideologías, Gao Xingjian se ha ganado a pulso la persecución y la censura del Partido Comunista chino que lo ha acusado de “contaminación espiritual”. Narrador, ensayista, dramaturgo y director teatral, Xingjian es el primer escritor del gigante asiático distinguido con el Nóbel.


M. N.: ¿Aún hoy padece la persecución política?
G. X.: No puedo entrar en mi país. Incluso está prohibido citar mi nombre en los periódicos. Mis piezas teatrales se han representado en todo el mundo, mis obras han sido traducidas a 34 idiomas, pero mis libros siguen prohibidos en la China continental, aunque circulan libremente en Hong Kong.
M. N.: ¿Cree que sus obras se representarán algún día en China?
G. X.: No lo creo, por lucidez. Pero me da igual, tengo otras cosas de que ocuparme.
M. N.: ¿No vive China hoy un proceso de apertura?
G. X.: Desde Occidente se tiene la percepción de que con la apertura económica llega también a China una apertura cultural, pero una no supone a la otra. La única apertura cierta que hay hoy en día es al consumo y esto no está vinculado con la libertad de expresión. La censura sigue férreamente instalada tanto en mi caso como en el de muchos otros escritores.
M. N.: La huida es un tema constante de su obra, ¿la considera una forma de salvación?
G. X.: Sí, esa es mi filosofía. La huida no es un objetivo, pero sí una forma de salvación de ti mismo y de la creación artística amenazada por las condiciones políticas y sociales. Para vivir y crear a veces estamos obligados a huir.
M. N.: Se puede huir de todo, pero nunca de uno mismo...
G. X.: Éste es el principal conflicto existencial que yo he aprovechado en su fuerza dramática. Como somos incapaces de huir de nuestro propio ego, tenemos que apelar a nuestra conciencia lúcida. Y de eso se debe ocupar la literatura.
M. N.: ¿Para un escritor el ego también puede ser una trampa?
G. X.: Si no cuentas con la lucidez necesaria, el ego también puede ser el infierno. Sartre dijo que el infierno es el otro, pero olvidó que la propia ceguera también puede ser infernal. Muchas de nuestras desgracias surgen de nosotros mismos, de nuestras pulsiones destructivas como la furia o la rabia...
M. N.: ¿Tiene sentido la literatura?
G. X.: El sentido de la literatura es dar voz al individuo frente a la masa, ante el colectivo político o frente a la opresión del poder. De hecho, el escritor apela a unos derechos y deberes individuales que van más allá del contexto político. El régimen puede cambiar pero la obra escrita por un autor no. De esa relación con la posteridad la literatura extrae todo su valor.
M. N.: ¿Cuál cree que es la función del intelectual?
G. X.: El trabajo del escritor es observar y no juzgar. Es un testigo de su época. Se trata de vivir el presente como un momento perpetuo, con independencia y un pensamiento propio para no dejarse manipular. Éste es el verdadero rol de intelectual: despertar la conciencia humana. Por eso no creo en el escritor comprometido con su tiempo o con determinado movimiento político. M. N.: ¿Qué le brinda el teatro a diferencia de la narrativa?
G. X.: La narrativa es un trabajo solitario. Concibo a mis novelas como si fueran monólogos interiores. El teatro es justamente lo contrario. Es el lugar de encuentro entre el autor, los actores y el público. El texto por sí solo no significa nada. Se convierte en una pieza dramática sólo cuando comienzan los ensayos.

M. N.: ¿Por qué dice que la dramaturgia necesita renovarse?
G. X.: La situación del teatro ha cambiado mucho en los últimos 60 años. Los autores han quedado relegados a un segundo plano frente al protagonismo de los directores, porque les ha faltado la humildad para no subestimar la puesta en escena. Yo he procurado trabajar como autor y como director. Es cierto que hubo dramaturgos como Brecht o Ibsen que hicieron muchos aportes en este sentido, pero hay que ir más allá y para eso necesitamos nuevos autores.
M. N.: ¿Es un hombre solitario?
G. X.: Sí, amo la soledad. La soledad es imprescindible para la creación. Considero a la soledad como una condición necesaria de la libertad.

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Matías Néspolo (1975). Escritor, crítico y periodista argentino, residenciado en España.
Tomado de Diario ADN (versión digital), España, del 26/03/2007. Proporcionado por Alerta de Noticias Google de la misma fecha.

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Afirma el escritor mexicano Carlos Fuentes:
"ME GUSTARÍA UNA LENGUA
MENOS BEATA"


María Paulina Ortiz

El autor volvió a Colombia, después de varios años de ausencia, para homenajear a su amigo Gabriel García Márquez. Habló sobre literatura y español con EL TIEMPO.


M.P.O.: Dice que Cien años de soledad se asemeja a la obra cumbre de Cervantes.
C.F.: Lo que más relaciona las dos obras es esta capacidad de que sea un brujo itinerante el que cuenta las historias, tanto en el Quijote como en Cien años de soledad. Está Cide Hamete Benengeli en el primero, y Melquiades en el segundo, extraordinario narrador brujo que ocupa el lugar del autor y que, al mismo tiempo, le da una gran libertad narrativa.
M.P.O.: Usted fue uno de los primeros en leer esta novela de Gabo.
C.F.: Cuando me envió el manuscrito de Cien años de soledad yo estaba en Venecia. Lo leí y traté de comunicarme con él. No lo encontré. Entonces le escribí a Julio Cortázar, en mi afán de comunicar mi emoción. Éramos muy amigos los tres. Le digo esto, que nunca lo he contado: el día que murió Cortázar, yo estaba en Estados Unidos. Llamé a Gabo y le dije la tristeza que sentía por la noticia de la muerte, que había leído en el New York Times. Y Gabo me dijo: “Carlos, no creas todo lo que lees en los periódicos”.
M.P.O.: A veces es más recomendable creer en la ficción...
C.F.: Ese es el genio de García Márquez. Nos enseña que la ficción es parte de la realidad. Uno es el mundo anterior al Quijote, otro es el mundo anterior a Cien años de soledad. Hoy no podríamos entender la realidad sin estos dos libros. Es la magia de la literatura. Su valor no es que refleja realidad, sino que la crea.
M.P.O.: ¿Cómo ve el estado actual de la lengua española?
C.F.: Extraordinario. Una lengua que era un poco marginal, asociada con la decadencia y el subdesarrollo, súbitamente se convierte en la segunda lengua de Occidente. Después del inglés, es la lengua más hablada, enseñada y leída. Esto le da un horizonte a nuestra literatura y a nuestro periodismo que acaso no tenían hace cincuenta años.
M.P.O.: ¿Se habla hoy un español de buena calidad?
C.F.: El castellano es un lenguaje vivo. En consecuencia, está sujeto a transformaciones constantes, a metamorfosis, a enriquecimientos y a empobrecimientos. Es una lengua abierta a horizontes, a que se añadan vocablos populares, a pasar por el camino del spanglish, a que sea olvidada, como está sucediendo en Filipinas. Es un organismo vivo.
M.P.O.: ¿Esa vitalidad es propia del español?
C.F.: Del español más que ninguna otra lengua. Hace un siglo, o medio siglo, eran el inglés y el francés las lenguas de la diplomacia, de la cortesía y de la literatura. Hoy eso ya no es cierto. El francés pasó a un tercer término frente al castellano. Estamos ante una potencia de la lengua, por la cantidad de hispanoparlantes que hay en el mundo y, al mismo tiempo, porque es una de las lenguas más expresivas, más ricas, más mestizas.
M.P.O.: Por fin la Real Academia tiene en cuenta a América Latina en su nueva gramática
C.F.: Es una gran victoria que le debemos en buena medida a un hombre ilustre: Víctor García de la Concha, presidente de la Real Academia Española. Ha significado una apertura hacia el castellano como lengua universal, de un continente, de muchos pueblos, de muchas clases sociales que ahora se reflejan en el diccionario de la Academia.
M.P.O.: Había sido un proceso muy cerrado.
C.F.: Sí, por la debilidad de nuestros pueblos, por nuestra incapacidad de comunicación en algunos momentos. Por las dictaduras, que cierran. Es un proceso que va liado a la expansión de la sociedad, de la cultura y de la política de los países hispanoparlantes.
M.P.O.: Entre latinoamericanos a veces no nos entendemos...
C.F.: Eso es muy divertido. Si yo quiero tener una novia en Chile, tengo que decirle polola. Si quiero tenerla en Buenos Aires, tengo que decirle minina. Si es en México, chamaca.
M.P.O.: Y está el internet, que empieza a provocar cambios
C.F.: Sé que está pasando, pero ya no me tocó a mí. Yo soy pre-internet. Soy un hombre muy anticuado que escribe a mano. Me digo: si Cervantes escribía con pluma, ¿por qué yo no, verdad? No uso máquinas para comunicarme. Esto me hace premoderno, pero así me siento a gusto y no voy a cambiar a estas alturas.
M.P.O.: Si pudiera hacerle una modificación a la lengua castellana, ¿qué le haría?
C.F.: La haría menos beata. Sin embargo, protegería que hubiese siempre una zona de palabras prohibidas, explosivas. Es una contradicción, pero me gusta esa contradicción. Siempre debe haber palabras prohibidas. Cuando yo era niño, en los Estados Unidos, la palabra fuck no se podía decir. Era prohibidísima. Luego se pasó a f... y hoy la dice todo el mundo. Perdió su importancia. Eso está mal. Si pasa, hay que encontrar rápido otra palabra prohibida que le siga dando veneno al lenguaje.
M.P.O.: ¿Un ejemplo con una palabra en nuestro idioma?
C.F.: En castellano cada país tiene sus palabritas. En México tiene que ver con el verbo chingar. Ahora se ha banalizado. Sin embargo, todavía tiene una gran fuerza. Una fuerza maternal, porque es una referencia a la madre.
M.P.O.: Usted vive entre Londres y Ciudad de México. ¿Tiene el inglés algo que no tenga el español?
C.F.: El inglés tiene más capacidad de crear palabras nuevas. De neologismos. Es una lengua muy flexible para la invención de palabras. Una lengua de absorción de muchas otras. Más que el castellano, porque tiene el alemán, las lenguas nórdicas, el galés... Es muy rica. Pero la nuestra no se queda atrás. Un poquito atrás, no mucho.
M.P.O.: ¿Nos resistimos a lo nuevo?
C.F.: Hemos sido más tradicionales y conservadores. Pero una de las misiones de la literatura es romper, liberar de los corsés a la lengua y permitirle que las carnes se muevan, que se agiten un poco, como si fuera una rumbera.
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María Paulina Ortiz es una periodista colombiana, redactora del diario El Tiempo.
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Texto tomado de la edición digital de El Tiempo, Bogotá, del 27/03/2007 y suministrado por Alerta de Noticias Google de la misma fecha.
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EL VENDEDOR DE LIBROS

Arturo Pérez Reverte

El primer día que lo vi –a principios de los años setenta– me quedé asombrado por su mercancía y su aspecto: un fulano cargado de libros, deambulando como un buhonero por la enloquecida redacción de Pueblo, entre redactores apresurados, jefes de sección al borde del infarto, correctores, linotipistas, fotógrafos, enviados especiales regresando de Oriente Medio, reporteros de sucesos con la foto –robada con el marco a la viuda– del sereno muerto la noche anterior, actores de cine buscándose la vida, flamencas, toreros, putas, alcohólicos relativamente anónimos, burlangas que palmaban la nómina en una noche, y toda, en fin, la fauna estrafalaria que en aquellos tiempos se movía por el legendario edificio de la calle Huertas de Madrid.
El librero ambulante se llamaba José Bustillo, y se ganaba la vida por las redacciones de los diarios, las radios y la televisión. Era un tipo sesentón, simpático y vivaz, que tenía el pelo blanco ligeramente rizado, usaba lentes y vestía muy correcto, con chaqueta y corbata. Aparecía por el periódico el día de cobro, con montones de libros que subía desde su coche, aparcado en la puerta. El coche era una verdadera librería móvil que incluía desde las últimas novedades a clásicos, colecciones de lujo e incluso libros de texto. Y su sistema de venta era arriesgado, pero funcionaba. Vendía a crédito, bajo palabra, y cada mes se le satisfacía, según las posibilidades de cada cual, la cuota adecuada. Apenas le puse la vista encima, me apunté al sistema. Tras un breve análisis de mi limitada economía veinteañera, acordamos tres mil pesetas al mes: la novena parte de mis ingresos de entonces. Y durante catorce o quince años, hasta su muerte, cumplimos como caballeros. Yo aboné mis deudas mensuales puntualmente, y él, a cambio, fue llenando los estantes de mi casa y mi mochila de reportero con libros maravillosos.
Aún siguen junto a mí cuando escribo estas líneas, treinta años después: el Casares y el María Moliner, los tres volúmenes del vocabulario de Lope de Vega editados por la Academia, el valioso caudal biográfico de Emil Ludwig y de André Maurois, las obras completas de Stendhal, Goethe, Tolstoi y Dostoievsky en Aguilar, y las de Thomas Mann y Proust en Plaza y Janés, e innumerables libros de Austral, Alianza o la Biblioteca de Autores Españoles. También fue él quien me proporcionó los primeros volúmenes –Herodoto, Jenofonte, Eurípides– de la Biblioteca Clásica Gredos, de la que, tres décadas después, otro librero amigo, Antonio Méndez, acaba de enviarme el número 345: volumen VI de los discursos de Cicerón. A José Bustillo debo también la primera pieza de la que, con el tiempo, se convertiría en densa bibliografía histórica del siglo XVII, base documental de las aventuras del capitán Alatriste: los siete amenísimos volúmenes de Deleyto y Piñuela sobre la España de Felipe IV. Sin olvidar la deuda que tengo a medias con Bustillo y con un querido compañero de entonces, el periodista José Ramón Zabala, quienes, durante una charla nocturna en torno a tres tazas de café, a la hora de cierre de la edición de provincias, me descubrieron, vía El jugador de ajedrez, a un novelista y biógrafo para mí desconocido, pero que sería decisivo en mi vida y mi biblioteca: el Stefan Zweig de las obras completas encuadernadas en cuero verde por la editorial Juventud; autor entonces ninguneado por la crítica literaria española, y al que, tras la espléndida rehabilitación hecha por la editorial Acantilado, los mismos que entonces lo despreciaban –la única literatura seria eran Faulkner y Joyce, sostenía esa panda de gilipollas– ensalzan ahora sin ningún rubor, como si Zweig y ellos se tutearan de toda la vida.
No recuerdo el año en que murió el vendedor de libros. Fue a finales de los ochenta. Lo que sí recuerdo es que su viuda llamó por teléfono para decirme que en las notas de su marido quedaba pendiente un pago mío, el último, de cinco mil pesetas. Acudí de inmediato a la pequeña tienda familiar que tenían junto a la plaza del Callao, y satisfice mi deuda económica. La otra, a la que intento hacer justicia tecleando estas líneas, no podré satisfacerla nunca. Los libros que he escrito existen, en parte, también gracias a José Bustillo. Y me gusta pensar que tal vez se habría sentido orgulloso llevándolos en el abollado maletero de su coche, paseándolos por las redacciones de los periódicos donde con tanta nobleza se ganaba la vida.
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Nota aparecida en El Semanal del 26 de marzo de 2006 y tomada de El Capitán Alatriste, la web oficial de Reverte. Tres notabilísimas recopilaciones de sus artículos se consiguen en Alfaguara bajo los títulos Patente de corso (que es el nombre genérico de su columna en El Semanal), Con ánimo de ofender y No me cogeréis vivo.
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Las mejores 100 novelas
de la lengua española
de los últimos 25 años


Las miradas del mundo hispanohablante han estado enfocadas en Medellín y Cartagena, donde se han llevado a cabo el XIII Congreso de las Academias de la Lengua Española y el IV Congreso Internacional de la Lengua Cspañola.
Miradas que han tenido un significado especial, a raíz de los homenajes que se le han ofrecido al escritor Gabriel García Márquez, con motivo de su cumpleaños número 80, de los 40 de haberse publicado su novela emblemática Cien años de soledad y 25 de haber obtenido el premio Nóbel de Literatura.
Estos dos eventos de trascendental importancia no podían pasar inadvertidos para Semana o simplemente despacharse con una reseña de lo allí hablado o programado. Por ese motivo, esta revista, que en 2007 celebra 25 años de vida, decidió rendirle un homenaje muy especial al castellano. Escoger, mediante una encuesta con expertos del continente americano y de España, las 100 mejores novelas escritas en lengua castellana a partir de 1982.
Y no es un simple capricho seleccionar las obras de ficción más importantes escritas en español durante este período. Por el contrario, la novela ha sido, tal vez, el punto de encuentro más eficaz para los 500 millones de hispanoparlantes que pueblan el planeta. Ha sido el camino para conocer, de la mano de escritores maravillosos, las idiosincrasias y los procesos propios de naciones de las que poco o nada se sabe más allá de las escuetas noticias: alguna inundación, un golpe de Estado, un triunfo deportivo.
El jurado
En el Nuevo Continente, la novela también ha sido un vehículo trascendental para crear una conciencia latinoamericana, más allá de las singularidades de lo local, las fronteras y las banderas. Y también ha creado un lazo de unión más estrecho con los acontecimientos y cambios que ha vivido España en las últimas décadas.
Esta lista es el resultado de una elección en la que participaron 81 expertos (escritores, editores, críticos literarios, entre otros). No pretende ser la selección definitiva, sino apenas un homenaje que se le rinde a todos los escritores en lengua castellana.
Eso sí, el resultado de esta encuesta refleja una realidad que no se puede desconocer: aún son muy pocos los escritores hispanohablantes que trascienden más allá de las fronteras de sus respectivos países. Un listado en el que figuran varios de los escritores que se consagraron en tiempos del boom, así como los nombres de un puñado de sucesores que han tenido la promoción adecuada a ambos lados del Atlántico. No es gratis que España sea el país que más novelas incluyó en esta selección (32). Allí es donde está la meca de la industria editorial en castellano y es sin duda el país de habla hispana donde más nuevos títulos se publican por año. Y donde más libros se venden, también.
La obra ganadora es El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, seguida de cerca por La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. Sin embargo, el escritor chileno Roberto Bolaño recibió más votos que ambos clásicos de la literatura latinoamericana, pero los repartió entre tres de sus novelas que clasificaron entre las mejores 15.
De esta manera Semana festeja 25 años de vida y también celebra la literatura de este último cuarto de siglo, una literatura que se mantiene sólida, vigorosa y vital a pesar de los repetidos anuncios que hablan del final del género, de los libros y de la palabra escrita.
Porque, en últimas, éste es ante todo un homenaje a la palabra escrita, a la palabra que civiliza, que reflexiona, que enriquece a las sociedades. La palabra de un buen escritor.
Las mejores 100 novelas de la lengua española
1) El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez.
2) La fiesta del chivo. Mario Vargas Llosa.
3) Los detectives salvajes. Roberto Bolaño.
4) 2666. Roberto Bolaño.
5) Noticias del Imperio. Fernando del Paso.
6) Corazón tan blanco. Javier Marías.
7) Bartleby y Compañía. Enrique Vila-Matas.
8) Santa Evita. Tomás Eloy Martínez.
9) Mañana en la batalla piensa en mi. Javier Marías.
10) El desbarrancadero. Fernando Vallejo.
11) La virgen de los sicarios. Fernando Vallejo.
12) El entenado. Juan José Saer.
13) Soldados de Salamina. Javier Cercas.
14) Estrella distante. Roberto Bolaño.
15) Paisajes después de la batalla. Juan Goytisolo.
16) La ciudad de los prodigios. Eduardo Mendoza.
17) El jinete polaco. Antonio Muñoz Molina.
18) El testigo. Juan Villoro.
19) Salón de belleza. Mario Bellatín.
20) Cuando ya no importe. Juan Carlos Onetti.
21) La tejedora de coronas. Germán Espinoza.
22) El paraíso en la otra esquina. Mario Vargas Llosa.
23) Cae la noche tropical. Manuel Puig.
24) Doctor Pasavento. Enrique Vila-Matas.
25) Herrumbrosas lanzas. Juan Benet.
26) Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. Álvaro Mutis.
27) El invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina.
28) Verdes valles, colinas rojas. Ramiro Pinilla.
29) Mal de amores. Ángeles Mastretta.
30) Donde las mujeres. Álvaro Pombo.
31) El pasado. Alan Pauls.
32) El rastro. Jorge Gómez Jiménez.
33) Santo oficio de la memoria. Mempo Giardinelli.
34) Los años con Laura Díaz. Carlos Fuentes.
35) Plenilunio. Antonio Muñoz Molina.
36) Todas las almas. Javier Marías.
37) Cartas cruzadas. Darío Jaramillo.
38) La casa del padre. Justo Navarro.
39) La visita en el tiempo. Arturo Uslar Pietri.
40) La historia de Horacio. Tomás González.
41) La grande. Juan José Saer.
42) El arte de la fuga. Sergio Pitol.
43) La velocidad de la luz. Javier Cercas.
44) Olvidado rey Gudu. Ana María Matute.
45) La gesta del marrano. Marco Aguinis.
46) Un viejo que leía novelas de amor. Luís Sepúlveda.
47) Plata quemada. Ricardo Piglia.
48) El vuelo de la reina. Tomás Eloy Martínez.
49) Diablo guardián. Xavier Velasco.
50) Igur Neblí. Miquel de Palol.
51) La nieve del almirante. Álvaro Mutis.
52) Vigilia del almirante. Augusto Roa Bastos.
53) Un campeón desparejo. Adolfo Bioy Casares.
54) Los pichiciegos. Fogwill.
55) La burla del tiempo. Mauricio Electorat.
56) Una novela china. César Aira.
57) El inútil de la familia. Jorge Edwards.
58) Lumperica. Diamela Eltit.
59) La otra mano de Lepanto. Carmen Boullosa.
60) En estado de memoria. Tununa Mercado.
61) Veinte años y un día. Jorge Semprún.
62) Ladrón de lunas. Isaac Montero.
63) La cuadratura del círculo. Álvaro Pombo.
64) No me esperen en abril. Alfredo Bryce Echenique.
65) Luna Caliente. Mempo Giardinelli.
66) Una sombra ya pronto serás. Osvaldo Soriano.
67) El cuarto mundo. Diamela Eltit.
68) La silla del Águila. Carlos Fuentes.
69) Temblor. Rosa Montero.
70) Historia del silencio. Pedro Zarraluki.
71) Los fantasmas. César Aira.
72) Angosta. Héctor Abad Faciolince.
73) La muerte como efecto secundario. Ana María Shua.
74) La orilla oscura. José María Merino.
75) La vida exagerada de Martín Romaña. Alfredo Bryce Echenique.
76) Sin remedio. Antonio Caballero.
77) El tiempo de las mujeres. Ignacio Martínez de Pisón.
78) Al morir Don Quijote. Andrés Trapiello.
79) Glosa. Juan José Saer.
80) Crónica de un iniciado. Abelardo Castillo.
81) El traductor. Salvador Benesdra.
82) Cumpleaños. César Aira.
83) La sexta lámpara. Pablo de Santis.
84) El embrujo de Shangai. Juan Marsé.
85) El maestro de esgrima. Arturo Pérez Reverte.
86) Carreteras secundarias. Ignacio Martínez de Pisón.
87) Rosario Tijeras. Jorge Franco.
88) La sombra del viento. Carlos Ruiz Safón.
89) Camino a la perdición. Luis Mateo Díez.
90) A sus plantas rendido un león. Osvaldo Soriano.
91) Memorias de mis putas tristes. Gabriel García Márquez.
92) Autómata. Adolfo García Ortega.
93) Del amor y otros demonios. Gabriel García Márquez.
94) Ella cantaba boleros. Guillermo Cabrera Infante.
95) La novela luminosa. Mario Levrero.
96) La guerra de Galio. Héctor Aguilar Camín.
97) Arráncame la vida. Ángeles Mastreta.
98) Arturo, la estrella más brillante. Reinaldo Arenas.
99) La orilla africana. Rodrigo Rey Rosa.
100) Los vigilantes. Diamela Eltit.

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Tomado de Semana.com y proporcionado por Alerta de Noticias Google del 26/03/2007.
Completado con información de Ficción Breve Libros y proporcionada por Roger Michelena.
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Muñoz Molina elude el cambio
de la definición de gallego como tonto


¿Gallego puede ser sinónimo de tonto? La Comisión de Educación del Congreso ha emplazado a la Real Academia Española de la Lengua, desde el “respeto a su autonomía y a su rigor”, a “estudiar” la definición de la palabra “gallego” como “tonto” y “tartamudo”, acepciones recogidas en el Diccionario de la RAE desde el 2001. De entrada, el académico Muñoz Molina, consultado por Xornal.com, elude el cambio de la definición de gallego como tonto.
XORNAL. A Coruña/Madrid.- El académico Antonio Muñoz Molina no considera necesario que la Real Academia deba eliminar gallego como sinónimo de tonto y tartamudo, ya que “no manda en la lengua”. Esta opinión choca frontalmente con las aspiraciones del Bloque Nacionalista Gallego (BNG). “La gente piensa que la Academia tiene capacidad de dictaminar, pero la Academia sólo recoge el uso establecido y procura influir a veces para que la continua transformación de la lengua esté dentro de lo que se llama el espíritu de la lengua, que es una cosa muy vaga”, dice Muñoz Molina.
En todo caso, la recomendación de la Comisión de Educación del Congreso ha quedado recogida en una proposición no de Ley, presentada por el diputado del BNG Francisco Rodríguez, que fue aprobada por unanimidad tras una transaccional entre el grupo nacionalista gallego y el PSOE. Paco Rodríguez se ha mostrado crítico con la quinta y sexta acepción del término en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), referidos a usos propios de Costa Rica y El Salvador, respectivamente, y en los que se define gallego como “tonto” y “tartamudo”.
Según el BNG, respaldado por el PSOE, estos significados, situados por encima de la acepción “la lengua de los gallegos”, suponen un “fallo metodológico” y hacen mención a “usos residuales” de la lengua. Así, Paco Rodríguez opina que el Diccionario de la RAE debería ser “lo más limpio” posible.
La diputada del Partido Popular María Dolores Pan ha manifestado su “reconocimiento y respeto” por la RAE, y ha destacado la “independencia” de su trabajo, tras lo que añadió que “desde la política” no se debería “influir sobre decisiones puramente técnicas”. (Convergència i Unió) CiU de Catalunya ha expresado el apoyo de su grupo a la iniciativa de Paco Rodríguez y ha defendido que la RAE debe ser “más un órgano ejecutivo que lo que le digan otros países”.
Tomado de Xornal.com, del 29/03/2007 y suministrado por abastodenoticias.com de la misma fecha.
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El profesor de castella(s)no, en La duda Melódica, el blog del escritor venezolano Luis Barrera Linares. La dirección: http://barreralinares.blogspot.com
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