viernes, 30 de noviembre de 2007

CUENTOS ALICIOS

Los cuatro minicuentos que presento esta semana parecen antecedidos por un error ortográfico. La palabra “alisios”, referida a los vientos que soplan de la zona tórrida es con S y no con C. Pero es que los “alicios” a los que aludimos son otros y hacen referencia a Alicia, el inmortal personaje creado por el escritor británico Lewis Carroll.
A continuación, presento estos cuatro textos, aparecidos hace algunos años, en mi libro Escena de un spaguetti western y, a continuación, el cuento “Un cruce” de Franz Kafka. Espero les gusten.
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OPUS VARIOS

OPUS 1
Alicia despertó de su maravillosa travesía porque unos labios cubiertos por un fino bigote rozaron tenuemente los suyos.
-¡El conejo! -gritó alarmada.
El aludido miró a uno y otro lado del prado y, como no vio a nadie en las inmediaciones, susurró con picardía:
-Si quieres conocer el verdadero País de las Maravillas, te invito a mi apartamento, preciosa... ¿Vienes...?

OPUS 2
-¡Niña -gritó el conejo, al ver pasar a Alicia corriendo, con un reloj en la mano-, devuélvete, que hubo una equivocación en el reparto!
Pero Alicia se volvió, sin dejar de correr, sonrió y dejó su sonrisa estampada en la tarde.
OPUS 3
El reverendo Charles Dobson había terminado de contar a Alicia Lidell la historia de una niña que viaja por un país de paradojas matemáticas, cuando un conejo blanco, arrastrando un reloj de cadena enredado en una de sus orejas, atravesó el prado.
-¡Ve tras él -ordenó a Alicia, con la premura del autor que intenta apresar lo que escapa de su imaginación-, no lo dejes que se lleve mi reloj: mira que cuesta veinte libras y aún lo estoy pagando!
OPUS 4
-¡Eh, señor conejo, vuelva acá! -gritó Alicia, angustiada, al ver a su amigo adentrándose en el País de las Maravillas-: ¡No tenemos de qué preocuparnos: el examen salió negativo!
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UN CRUCE

Franz Kafka

Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mí padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las garras; del cordero el tamaño y la forma corporal; de ambos tiene los ojos, que son llameantes y dulces, el pelaje suave y ajustado al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el alféizar de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como un loco y nadie lo alcanza. Huye de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna, su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones. Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento con leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano:
¿Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera? No me tomo el trabajo de contestar; me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria; es el recto instinto de un animal que, aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene uno solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces, tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la de cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo, hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.